Si no hay investigación no hay avances y el mundo podría quedar paralizado, lo que significaría el no desarrollo; no progresarían las tecnologías o la ciencia médica y de alguna manera ello repercutiría en la economía de los países.
Pero además de desarrollos científicos de gran valía, a las universidades de gran parte del mundo también les ha preocupado la formación para el emprendimiento no sólo por el impacto que la creación de empresas tiene en el desarrollo económico de las sociedades, sino por el hecho de que cada vez es menor la probabilidad de que un profesional encuentre una opción laboral real y competitiva.
Un análisis realizado por la OCDE en 2017 reveló que uno de cada cuatro latinoamericanos tiene entre 15 y 29 años, y que dos de cada 10 de ellos “trabajan” en el sector informal, y los demás ni trabajan ni estudian ni reciben algún tipo de formación. La situación empeoró con la pandemia debido a la desaceleración económica y al cierre de muchas empresas que no pudieron resistir el confinamiento.
Sin embargo, conviene recordar que en agosto de 2015 el grupo de investigación en Emprendimiento Empresarial de Colombia realizó una investigación con estudiantes de pregrado, con el fin de conocer el aporte que la educación superior hace al proceso de convertirse en emprendedor.
Como resultado se evidenció que los procesos de formación en emprendimiento desarrollan actitudes, despiertan el interés y ofrecen conocimientos útiles para el desarrollo del potencial emprendedor de los jóvenes, por lo que el equipo consideró que era importante su desarrollo en las instituciones de educación superior.
Otra de las derivaciones de dicho estudio fue que los estudiantes que tienen contacto con programas para la formación de competencias y el fortalecimiento del espíritu empresarial tienen mayores oportunidades de emprender.
Dieter Holtz, Presidente en México de una compañía de capital privado que presta servicios de educación superior expresó para Expansión que “El papel de la educación superior para fortalecer el desarrollo de las competencias e impulsar el emprendimiento entre sus estudiantes es fundamental. Las universidades somos un eslabón indispensable para que las ideas que se generan en las aulas se puedan trasladar al ámbito comercial.”
Y, justamente, la investigación universitaria no sólo es para consumo en la casa de estudios, especialmente cuando su objetivo está relacionado con la solución a grandes problemas de la humanidad. Un producto o servicio emanado de una institución de educación superior también tiene un valor comercial que beneficia tanto al (los) autor(es) como a la propia institución.
La comercialización de la investigación se realiza a través de un proceso denominado Transferencia de Tecnología mediante el cual empresas u organismos se encargan de transferir entre ellas los conocimientos, tecnologías y habilidades para un mejor desarrollo y producción de bienes y servicios, con el fin de generar inteligencia tecnológica a organizaciones que carecen de recursos para mejorar dentro y fuera de la empresa.
La transferencia de tecnología agrega valor al producto o servicio, y a la vez genera competencia entre organizaciones que cuentan con recursos financieros para invertir en investigaciones científicas y tecnológicas, para no perder mercado.
Mientras que algunos científicos continúan publicando sus investigaciones en revistas afamadas para obtener más subvenciones y continuar con sus investigaciones, hay otros que ven en los resultados de su trabajo o posible nuevo producto o servicio para bien de la sociedad. Es entonces cuando recurren a la transferencia de tecnología.