La Real Academia Española define al reciclaje como “someter un material usado a un proceso para que se pueda volver a utilizar”. En México, según la Semarnat, se generan casi 103,000 toneladas de residuos al día y se reciclan únicamente el 9.63%. No obstante, hay materiales que son mucho más reciclables que otros, destacando al vidrio, el aluminio, el cartón y el plástico.
Es generalmente conocido que una adecuada elección de los materiales con los que se realizan los productos que compramos es una condición necesaria para que se reciclen; pero es poco conocido que no es una condición suficiente. Hay muchos elementos que se deben considerar para que un producto que, en teoría, es reciclable… realmente se recicle.
El color de los productos es, por ejemplo, un elemento indispensable para la reciclabilidad. Regularmente esta decisión recae en las áreas de mercadotecnia de las empresas y tiende a incorporar colores llamativos para que sus productos destaquen dentro de los anaqueles. No obstante, los productos con estos colores son los que enfrentan más dificultades para reciclar. Esta elección de color es una constante lucha entre áreas de mercadotecnia y de sustentabilidad.
Por ejemplo, un plástico rojo o negro podría no entrar en una planta de reciclaje en México, aunque el material sea 100% reciclable. Y no sólo eso, el color de los productos también determina el valor económico del residuo: el plástico de PET transparente ─conocido como “cristal”─ tiene un mayor valor en el mercado que el plástico PET verde. Esto, a su vez, genera que los pepenadores acopien PET cristal y no así otros plásticos que, en teoría, serían reciclables.
Otro elemento indispensable es identificar las diferencias entre los mismos plásticos. Por ejemplo, el Polietileno de Alta Densidad (conocido por sus siglas en inglés como HDPE) que se encuentra en muchos de los productos de consumo diario como shampoo, crema corporal o limpiador para trapear, se reciclan con tecnología distinta usada con el PET. Es decir, una planta de reciclaje de PET no procesa productos de HDPE.
Los colores de los productos en estos plásticos son más diversos que los de PET y, por lo tanto, la separación por colores se vuelve más importante. Específicamente, si se llegan a mezclar colores de productos de HDPE en el proceso de reciclaje, el resultado final de los pellets reciclados sería gris, siendo imposible regresar a sus colores originales. Por ello, lo óptimo es que una botella azul se convierta en botella azul y con ello se garantiza la circularidad del producto.
A su vez, el reciclaje de cartón, vidrio y aluminio también tienen sus propios retos y complicaciones técnicas.
La legislación nacional, incluso la estatal, y la infraestructura existente en un país son factores que determinan ─en la realidad─ qué se recicla y qué no. Es de vital importancia que estos dos elementos vayan de la mano. Por ejemplo, si una ley estatal prohíbe la venta de artículos de vidrio, entonces, aunque haya infraestructura local para su reciclaje, no habrá materia prima posconsumo para procesar y, por lo tanto, toda la producción se realizará con material virgen, que tiene mayor impacto ambiental.
Caso contrario, si la ley incentiva productos biodegradables ─como en México─ pero no se cuenta con suficientes compostas industriales para su procesamiento y efectiva degradación, entonces los biodegradables terminan en vertederos y liberando metano, uno de los gases responsables del calentamiento global. Así, los productos biodegradables podrían “no ser siempre buenos para el medio ambiente" (Universidad Estatal de Carolina del Norte en Environmental Science and Technology).