No es la primera vez que la afición azteca llene de vida y fiesta una copa del mundo. Pero en esta ocasión algo fue muy distinto.
Antes de la inauguración de la copa, para el encuentro entre Qatar y Ecuador, un fenómeno muy extraño sucedía: Cientos de aficionados argentinos, brasileños, portugueses, ingleses y españoles, principalmente, aparecían en distintas caravanas por toda la ciudad.
Lo gracioso es que ninguno de los aficionados pertenecía al país que apoyaba, por lo que el comité organizador sería fuertemente criticado al “comprar” a estas personas para que apoyaran a los distintos países. Eran cientos de pakistaníes, bangladesíes, hindús y otras nacionalidades, quienes no tenían idea de algún dato del país que apoyaban.
Los únicos que en su momento teníamos suficiente quorum para hacer una gran caravana éramos los mexicanos.
Así comenzó una fiesta que no terminaría. Cuando el pasado 21 de noviembre miles de paisanos nos reunimos en el centro cultural de Katara.
Lo que llamaba poderosamente la atención de la gente era ver la creatividad de los atuendos. Los disfraces eran maravillosos: catrinas, charros con sombreros gigantes, luchadores, inflables de caballos, chavos del ocho, chilindrinas, chapulines colorados, aztecas, mayas y hasta el famoso “pípila” de la bocina en su espalda. Todo eran risas y celebración.
Siempre he creído que la copa del mundo son dos torneos en uno.
Lo juegan tanto los equipos más importantes del planeta dentro de una cancha, y las aficiones pelean su propio mundial.
La afición mexicana ha sido el alma, la fiesta, el color y la alegría de cada mundial. Ellos, que superaron los más de 60,000 en Qatar, han recorrido miles y miles de kilómetros para celebrar simplemente que son mexicanos.
Y en verdad, ser un aficionado mexicano es un privilegio, pero también representa una verdadera responsabilidad. Se trata de hacer sonreír al mundo entero con la picardía, los detalles y el humor característico de nuestra raza.