(Expansión) - En verdad, el deslumbre es absoluto. Apenas llegar a Doha, Qatar, es un lujo sin precedentes. Han hecho del aeropuerto Hammad una mezcla de museo y palacio, para que de primera impresión, el visitante sepa lo que le espera en la ciudad.
Las zonas de Lusail, Katara, WestBay y la zona financiera están atiborradas de hoteles inmensos, futuristas, llenos de colores que provocan los fuegos pirotécnicos y la tecnología en sus ventanas, lo cual convierte los distintos edificios en pantallas gigantes.
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Los automóviles rebasan la camioneta en que viajo. En sus frentes, los logotipos de Rolls Royce, Aston Martin, Ferrari, Porsche, etc.
La oferta gastronómica en Doha se ha convertido en una variante inmensa. Quizá sea el hecho de que impere más del 80% de inmigrantes.
Se encuentra todo tipo de cocinas. Desde las más populares en el mundo como la italiana, japonesa y china, hasta las más peculiares como la nepalí o de Bangladesh.
Después de una larga travesía que reclama llegar desde México hasta el país mundialista, se provoca una inmensa hambre.
Mi vuelo llegó de madrugada y conocí de primera mano cómo Doha se desvela en ciertos restaurantes con cocinas espectaculares.
Conocí este lugar de comida Filipina, que se convertiría en mi favorito: “Raitana”.
Su menú era prácticamente una revista. Unos 80 platillos principales en cinco divisiones: carne, pollo, ensaladas, fideos y arroces.
Además de la impresionante cantidad de comida, lo que me sorprendió mucho fue la atención y sus precios. Unas paletas de cordero -que pueden costar hasta 40 dólares (800 pesos) en la zona de Manhattan, en Nueva York- tenían un costo de 150 pesos mexicanos. ¡Y era uno de los platillos más costosos!
Una comida de tres tiempos (importante traer mucha hambre), sin lujos, andaba entre 150 y 170 pesos mexicanos. Nada mal para un restaurante en la justa mundialista, ¿no?
Me adentré en uno de los supermercados más famosos entre los locales, llamado “Lulu” para conocer los precios y fue sorprendente. El agua embotellada de 500 mls. cuesta 2.75 pesos mexicanos. Un kilo de -deliciosas- hojas de parra en 84 pesos mexicanos. Todo un pollo rostizado rondaba los 82 pesos mexicanos.
Los pasillos de comida están repletos de todo tipo de marcas para un solo alimento. El nivel de competencia es abismal y, por lo tanto, los precios muy económicos.
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Hambre ancestral
La comida es una pasión árabe. Consideran la comida como un regalo divino y por eso buscan los ingredientes más sofisticados. Muchos de ellos, que pueden ser sumamente costosos en países occidentales, en Qatar son económicos. Esto se debe a que el gobierno sostiene un apoyo económico para que el mundo envíe lo mejor de los países y los residentes qataríes puedan consumirlos. Todo lo contrario al gran impuesto sobre alcohol y cigarros.
Los olores son irresistibles a causa de las muchas especias en sus platillos. La multi diversidad de postres hace babear a cualquier amante del azúcar.
Mientras tomaba una cerveza mirando algún partido, se me acercó Mohammad, un saudí, que muy respetuosamente me saludaba al ver que yo traía la playera de México. Me di cuenta de que no había lugar libre para que se pudiera sentar, por lo que le invité a que tomara asiento en mi mesa. De ahí surgió una plática muy edificante sobre la importancia que significa para la cultura árabe la -buena- comida. “Nosotros no bebemos alcohol, pero amamos la comida”, así de pronto comenzó la plática.
“El alcohol extraído de las plantas nació aquí, pero hizo mucho daño a nuestra gente”. Me explicaba con muchas de nuestras palabras en castellano que nacen del árabe. Analicemos algunas las que empiezan con el prefijo “Al”, que señala a Alá (Dios en árabe). Por ejemplo almohada, que sería “soñar con Alá”; o alabar: “Bendecir a Alá”; alaja, “bendición de Alá”.
Todo tenía sentido: nuestro lenguaje llegó a América con un profundo sincretismo entre el árabe y el castellano. Y entre decenas de palabras está la de alcohol, la cual sugiere un origen arábigo.
“Nosotros nos reunimos para tener grandes banquetes. ¿Has probado nuestra gran cantidad de platillos?”, me preguntaba Muhammad, denotando un gran orgullo por sus raíces.
“¡Claro!”, le respondí. “Soy un gran fan de cómo preparan el cordero en todas sus presentaciones”. Lo que arrancaba una sonrisa de satisfacción en mi nuevo amigo.
“Es mejor la comida, tiene más sabor y tiene más variedad que el alcohol”, sentenciaba, con una pequeña mirada despectiva a mi cerveza.
El comer vastamente es para mi amigo Khaled una bendición de Dios.
Es copropietario de seis restaurantes de comida japonesa en Qatar. Su cadena llamada “LeMaison of Sushi” tiene su principal local en la Thunder Tower, uno de los edificios más emblemáticos de Doha.
¿Cómo conocimos a este personaje? Él, como Muhammad, se acercó para saludarnos. Esto, en el lobby del hotel, para invitarnos a comer “el mejor sushi de Qatar”.
Así de pronto ya teníamos agendada una cena con un exitoso restaurantero.
“Véndanme algo, lo que sea que mi restaurante necesite. ¡Me gusta hacer negocios!”, nos insistía, mientras esperábamos la comida que había pedido al centro de la mesa.
Si de por sí la hospitalidad y el buen trato ya eran sorpresivos, la cantidad de platillos fue abrumadora. Nuestro amigo había pedido prácticamente todo lo que estaba en el menú. Nunca hubo centro de mesa de comida, se necesitaron cuatro mesas para llenarlas de impresionantes presentaciones gastronómicas.
El problema: no debes despreciar nada de lo que te han regalado, pues algunos árabes pueden ser un tanto sentidos. Sin embargo, fue imposible que tres personas -por más tragones que somos- termináramos ese inmenso banquete.
“Antes en Qatar no teníamos nada, éramos muy pobres. Hoy podemos compartir con todos lo que Dios nos ha dado”, nos decía nuestro amigo Khaled, con una gran sonrisa.
Una cena con una impresionante sazón. Todo lo contrario a la pésima experiencia que tuvo la gran mayoría en los estadios mundialistas, donde la comida rápida que se vendía sabía más que terrible.
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El boom mexicano
Si algo sabemos hacer los mexicanos es tropicalizar la comida para “hacerla” nuestra.
Por eso los tan populares shawarmas, que llegando a México, se convirtieron en tacos al pastor.
Muchos se sorprendieron cuando vieron por todas partes trompos de carne, esperando que alguno de ellos fuera de cerdo, una situación imposible por el veto que existe para esa carne en el país (solo se puede comprar en los establecimientos de QDC, de los cuales reseñamos en “Hablemos sobre alcohol en el Mundial”).
Pero casi todos comimos un shawarma -que cuestan alrededor de 50 pesos-, ya fuera de carne o pollo.
Si algo identifica al mexicano es la infinita capacidad creativa.
Las cocinas más exclusivas y costosas de Doha están llenas de mexicanos que han demostrado no solo su eficiencia, sino la gran sazón que tienen y la creatividad para la presentación de platillos.
Esto ha provocado que el cocinero mexicano sea considerado de primera categoría en los diversos hoteles y restaurantes de las mejores zonas qataríes.
Los mexicanos han pasado de la cocina a la gerencia, e incluso a ser copropietarios, de algunos de los restaurantes más cotizados del país árabe.
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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.