Para las marcas y patrocinadores posiblemente también lo sea, ya que al ser uno de los eventos más mediáticos del mundo, se abre la posibilidad para promocionarse. Muchos otros sectores también se ven favorecidos de este torneo, especialmente en el país que lo alberga, como los servicios turísticos, el sector hotelero, los restaurantes, y el consumo.
Entonces, si pensamos en todos esos sectores que se benefician de la derrama económica que trae consigo el Mundial, es fácil concluir que es una buena inversión para un país organizar una justa deportiva de tal alcance.
No obstante, la economía revela que eso no es necesariamente cierto.
De hecho, más que el país organizador -que no muestra ventajas significativas en su economía derivadas del torneo-, el país que levanta la Copa sí registra un incremento en su PIB de hasta 0.25 puntos porcentuales en los dos trimestres inmediatos después de haber finalizado el certamen, comparado contra un escenario contractual donde no hubiera sido el campeón, de acuerdo con estimaciones recientes.
Lo anterior posiblemente gracias a un incremento en las exportaciones, debido a que los productos y servicios del campeón se vuelven más atractivos durante ese periodo.
Esos resultados se potenciaron particularmente en la edición organizada por Corea y Japón en 2002, cuando Brasil se coronó. Una hipótesis de este caso podría ser que el país sudamericano es particularmente un equipo icónico en el deporte, respecto a otras selecciones que también han conseguido levantar la Copa.
El hecho de que los organizadores no obtienen beneficios económicos por organizar el evento debería preocupar, en especial al actual anfitrión, ya que la inversión necesaria para llevar a cabo el torneo ascendió a 220,000 millones de dólares, convirtiéndose en el más caro de la historia.
Ciertamente la inversión no provino del estado por completo, ni es pagado por los contribuyentes directamente, no obstante, la experiencia internacional muestra que en ocasiones los gobiernos salen al quite con las deudas contraídas, lo que impacta directo en las finanzas públicas.
Inclusive, para financiar este tipo de eventos, los estados crean nuevos impuestos o endurecen los existentes, previo a los eventos, pero también después de ellos.