(Expansión) - A pesar de que Rusia solo ha vaciado bodegas de armamento obsoleto, aún se piensa que el conflicto le desfavorece. El ex KGB sigue una ruta que encubre la enorme desproporción que existe entre los combatientes. Al fin de cuentas ya tiene lo que quería, el control de regiones que determinó resulta estratégico para la potencia. Sabe que, para sacarle de ahí, tendría que escalar la guerra a un nivel que nadie desea. China es el fiel de la balanza en la contienda y claramente se inclina a su favor.
Abrazo ruso
Lo único que no existe en este conflicto es equilibrio, tampoco fuerzas equivalentes, sino una dura lección de realpolitik. El invierno apenas comienza y será hacia fines de enero cuando Rusia haga valer su peso en el mercado energético. Los aliados europeos tendrán que revalorar el apoyo que dan al histrión que dirige a Ucrania. Antes que el discurso, está el bienestar de sus ciudadanos, quienes han venido soportando las severas consecuencias de las medidas sancionatorias. El nocivo efecto de la guerra en las economías de los integrantes de la Unión Europea ha calado hondo en la población. Es difícil que los de a pie vayan a tolerar mucho tiempo más el gesto solidario, el costo político ha asomado y no parece pagable.
La medida que romperá la inercia ya se adoptó, se combatirá el boicot de precios con una reducción o eliminación de venta de hidrocarburos en momentos particularmente complicados. Pero a ello, seguirán otras medidas que harán ver cómo los dos gigantes, que la guerra ha hecho aliados, han conseguido integrarse, haciendo valer sinergias que han detectado.
Es claro, además, que el gobierno de los Estados Unidos, más allá de una notoria tibieza, no acierta a adoptar medidas que tengan un efecto decisivo o definitorio en la contienda, aunque es evidente que ya advierte que Taiwán será la nueva manzana de la discordia. Es duro, pero hay que aceptarlo, Biden privilegiará el destino de este país, sobre el de la otrora república soviética.
El débil consumo y la baja actividad en Europa redundarán, antes de la primavera, en un proceso recesivo que se contagiará a otros países, incluyendo el nuestro, siendo el turismo el primer afectado. La exportación de bienes perecederos le seguirá, para finalizar con un retiro de inversiones del viejo continente en América. Así es, lejos de crecer los emprendimientos transcontinentales, existirá una fuerte presión por concentrar esfuerzos en el país que alberga a la matriz y los segmentos más rentables de la clientela.
En nuestro caso destaca el caso de la banca. Es claro que el absurdo margen financiero que pagamos los mexicanos permitirá que los bancos de todo el orbe sigan viendo a México como tierra de conquista, ya que, aunque el presidente dice lo contrario, no ha hecho nada por ajustar el desproporcionado diferencial que hace brotar ganancias enormes en favor de los consorcios bancarios, al tiempo de que mantiene en un nivel incosteable las tasas de interés a los sectores que buscan remontar los efectos nocivos de la pandemia.
El discurso de transformación ha sido rico en palabrería, pero se encuentra muy alejado de implementar medidas que propicien ajustes correctivos en las más importantes variables económicas, preservando así, sesgos que mantendrán en la mediocridad la tasa de crecimiento.
Llegará el año nuevo y, con él, la recesión. Dos procesos electorales críticos por venir, en los que los pobres recibirán con mayor agrado o urgencia el asistencialismo oficial, por lo que los políticos no mostrarán interés en paliar el destructivo proceso. Con más pobres, los votos son más baratos.
Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas.
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