Hoy, vivimos un escenario más que preocupante, dado que, de manera inusitada, las tres variables están desajustadas, sin que exista la menor idea de cómo y cuándo se reestablecerá el orden. Por una parte, el Banco de México ha sido completamente críptico en cuanto a informar cuáles son las medidas que ha adoptado para neutralizar el efecto de las criptomonedas, así como de los ya 60,000 millones de dólares que han ingresado en calidad de remesas.
La inexperta Junta de Gobierno del instituto central no ha expuesto, con detalle y claridad, la mecánica de regulación monetaria, ni tampoco ha dado cuenta de los activos que integran la reserva. Por otro lado, si bien es cierto, hace un par de años se comenzó a hablar de imponer nuevamente cajones de financiamiento, retornando a la canalización selectiva del crédito, lo real es que la inmovilidad ha hecho presa de esa autoridad.
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Aunado a lo anterior, la curva de aprendizaje en la Comisión Nacional Bancaria y de Valores ha resultado demasiado prolongada y costosa en términos de adecuada supervisión. Se vuelven a encontrar estrategias más que frívolas en algunos bancos, y la acción desordenada de las entidades no reguladas se percibe con gran influencia en el interior del país, emergiendo prácticas que pueden derivar en quebranto a ahorradores.
El margen financiero se ha incrementado de manera irresponsable y el spread entre el tipo de compra y de venta de divisas se han ampliado desordenadamente, encontrándose diferencias notables entre intermediarios que ofrecen divisas en el país. En otras palabras, no existe una presencia sólida de la autoridad en la prestación de servicios financieros propalados de manera pública.
A ello, se suma el escandaloso crecimiento de los fraudes a tarjetahabientes, así como la salida despavorida de grandes empresas del sector bursátil, incrementándose la presencia de supuestos asesores especializados que, lejos de serlo, han demostrado improvisación y audacia excesiva.