Por un lado, los defensores de las prácticas ESG argumentan que estas medidas son necesarias para el éxito a largo plazo de una empresa. Al tener en cuenta el impacto medioambiental y social de sus operaciones, las empresas pueden reducir el riesgo de externalidades negativas, como catástrofes medioambientales o crisis reputacionales.
Lo que es más, pueden contribuir a la solución de problemas grandes y complejos que enfrentamos como sociedad, tales como el cambio climático, la desigualdad y el combate a la corrupción. Además, al adoptar prácticas de gobernanza éticas y transparentes, las empresas pueden generar confianza entre sus grupos de interés (stakeholders) y crear una cultura corporativa positiva. En última instancia, estos factores contribuyen al éxito financiero de una empresa al atraer y retener a empleados y clientes, así como a mejorar su reputación y el acceso al capital.
Por otro lado, quienes se oponen a las prácticas ESG argumentan que pueden ser costosas e ineficaces, y que no siempre se ajustan al objetivo principal de la empresa de maximizar las utilidades. Al tratarse de conceptos tan amplios, los criterios ESG permiten a los ejecutivos iniciar proyectos y crear métricas que desvían la atención sobre el desempeño real de la empresa, en perjuicio de sus accionistas e inversionistas. Otros argumentan que las prácticas ESG pueden servir a las empresas para maquillar sus operaciones a través de greenwashing, aparentando ser más sostenibles y responsables de lo que realmente son, engañando al público.
Existen múltiples estudios que pretenden demostrar que las empresas con altas calificaciones en sus prácticas ESG tienen mejor desempeño que sus pares. Al ser una herramienta de gestión de riesgos ambientales, sociales y de gobernanza, es razonable pensar que las empresas con mejor gestión de riesgo son también las mejor administradas y, por lo tanto, tienen un desempeño destacado. En otras palabras, puede existir una correlación y no necesariamente una relación causal.
Sin embargo, otros estudios concluyen que no existe diferencia estadísticamente significativa entre las buenas calificaciones ESG y el desempeño destacado de una empresa. Adicionalmente, argumentan que algunas empresas cuentan con altas calificaciones dado que gestionan adecuadamente los riesgos ESG por lo que respecta a sus operaciones y resultados (es decir, se protegen a sí mismas), sin embargo, no contribuyen positivamente al medio ambiente o a una sociedad más justa e incluyente.
En pocas palabras, el terreno es fértil para el debate. Existen críticas inteligentes y bien documentadas que ayudan a “separar el trigo de la paja” y a delinear mejor los alcances de la gestión con perspectiva ESG. Al mismo tiempo, otras críticas solo repiten ideas que alcanzaron su fecha de caducidad, buscando proteger el statu quo y viejas prácticas corporativas.