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Inversión Extranjera Directa y el fantasma de la relocalización

Si queremos cuantificar el proceso de relocalización, que a ojo de buen cubero parece tener lugar en muchas partes de México, necesitamos otro tipo de datos, apunta Sergio Silva Castañeda.
vie 03 marzo 2023 06:11 AM
Política industrial en México para aprovechar la relocalización
Hoy quisiéramos identificar si eslabones particulares de las cadenas globales de valor están trasladándose a México, pero el dato de IED no está diseñado para responder esa pregunta, considera Sergio Silva Castañeda.

(Expansión) - Hace unas semanas la Secretaría de Economía (SE) dio a conocer el dato preliminar de Inversión Extranjera Directa (IED) para el año 2022. En comparación con 2021, la dependencia reportó un incremento del 12% en la captación de IED, de acuerdo con los datos comparables de hace un año. A partir de ese anuncio han circulado en redes y en algunos medios argumentaciones en sentidos divergentes sobre la relación entre este importante incremento y el proceso de relocalización (conocido también como nearshoring).

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Hay quienes deducen que el dato es una confirmación de que México se está beneficiando de la reconfiguración de cadenas globales, pero también hay otros que consideran que esta cifra demuestra que en realidad México no ha sacado ventaja de dicho proceso. En ambos casos se incurre en un problema de mala interpretación: la forma como este dato se configura hace imposible que sea útil para realizar inferencias en ninguno de los dos sentidos.

Para poder cuantificar los beneficios o la intensidad del proceso de relocalización en México necesitamos otras herramientas. Además, debemos considerar que el nearshoring podría financiarse con fuentes distintas a la IED, como pueden ser préstamos de proveedores o del sector financiero nacional e internacional.

El dato sobre el cambio porcentual en el flujo anual de IED en México es inútil para identificar procesos de relocalización por dos motivos. Primero, hay que considerar que la forma como se construye el dato no nos permite ver cuál es el destino de esa inversión y, por ende, no sabemos si se está utilizando para relocalizar un proceso industrial que antes se hacía en otro lado, o simplemente es una inyección de capital a las actividades que ya se hacían en México.

El dato se construye a partir de los flujos provenientes del extranjero que la SE considera que representan cambios en el capital social, en las cuentas por pagar o por cobrar con partes relacionadas y en el resultado acumulado de ejercicios, por parte de residentes en el exterior en las empresas obligadas a reportar esos flujos. Podemos saber de dónde viene, podemos saber la fuente de los recursos, pero no podemos saber para qué se usan.

Esto no significa una deficiencia o un error en el cálculo de la cifra, sino que, en el consenso articulado por el Fondo Monetario Internacional para hacer comparables los datos de inversión entre distintos países, se acordó basar los cálculos no en el gasto, sino en el financiamiento. Es decir, se registra la IED según las características de los fondos pero no registramos su uso. Sabemos que el dinero vino de fuera, no sabemos qué fierros se compraron con ese dinero.

Hoy quisiéramos identificar si eslabones particulares de las cadenas globales de valor están trasladándose a México, pero el dato de IED no está diseñado para responder esa pregunta.

Por esta misma razón, la forma en la cual se clasifica la IED tampoco puede arrojar alguna luz sobre el proceso de relocalización. La SE reporta qué porcentaje de la IED en cierto periodo corresponde a reinversión de utilidades, cuentas entre compañías o nuevas inversiones. Nuevamente, estas clasificaciones solo corresponden a la fuente de los recursos que se están invirtiendo y no al destino de su gasto.

En cualquiera de los tres casos, esos recursos pueden financiar una expansión de las actividades ya existentes o pueden, en efecto, usarse para nuevas actividades que antes se realizaban en otra parte del mundo. Desgraciadamente con los datos disponibles no podemos saberlo. Menos aún si carecemos de información sobre fuentes de financiamiento distintas a la IED para llevar a cabo los procesos de relocalización.

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Ya en el extremo podríamos pensar que en cualquier caso tendría que haber una correlación entre IED y relocalización. Es decir, que ciertos aumentos en la IED tendrían que explicarse por la necesidad de muchas empresas de acercar partes de sus procesos productivos al mercado de América del Norte. El problema es que en la dinámica de la IED existe un fuerte componente inercial que hace difícil identificar si la dinámica de estos flujos está siendo afectada por un proceso particular.

Para empezar, hay que tener en cuenta que el proceso de relocalización es un asunto primordialmente manufacturero y que, históricamente, poco menos de la mitad de la IED ha ido a ese sector. El resto se reparte entre otras actividades como el transporte, la minería o los servicios financieros. Por tanto, la relocalización solo puede afectar, más o menos, a la mitad de las operaciones de IED, mientras que la otra mitad tendrá necesariamente una dinámica propia.

Encima de todo, de ese porcentaje de la IED que se destina a la manufactura, lo normal en cualquier parte del mundo es que la mayor parte se utilice para apuntalar actividades que ya se realizan: para la modernización de procesos, para la expansión de esas actividades, para cubrir el desgaste de los bienes de capital. Lo único que sabemos es que la inversión que se dedica a actividades por completo nuevas es aún menor. De tal forma que no sería un caso extraño ver una reducción en la IED, incluso si se está verificando un proceso de relocalización importante.

Reducciones fuera de la manufactura o reducciones en la ampliación y mejora de las actividades manufactureras ya existentes podrían compensar fácilmente el crecimiento de actividades nuevas. Lo mismo sucede de manera inversa con un incremento de la IED: no necesariamente significa que se trata de un proceso de relocalización.

De pronto el nearshoring se puso de moda y hablamos de él constantemente en medios y redes sociales. Sin embargo, lo hacemos a ciegas, como si se tratara de un fantasma cuya presencia sentimos; hay quienes dicen haberlo visto, pero no sabemos dónde buscarlo.

Si queremos cuantificar el proceso de relocalización, que a ojo de buen cubero parece tener lugar en muchas partes de México, necesitamos otro tipo de datos. Una opción son los datos sobre parques industriales que existen en el país. Una mejor apuesta es agregar preguntas sobre el destino o aplicación de la inversión y sobre recursos recibidos que no son considerados IED (préstamos de partes no relacionadas) a la información que las empresas con capital extranjero tienen que reportar trimestralmente a la SE, además de identificar transacciones que por su naturaleza no podrían clasificarse como nearshoring, tales como reestructuraciones corporativas o fusiones y adquisiciones.

Cualquier otra especulación en el tema a partir de los datos reportados de IED sirve únicamente para eso, para especular.

Nota del editor: Sergio Silva Castañeda es Economista por el CIDE e Historiador por la Universidad de Harvard. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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