(Expansión) - Israel se convirtió el año pasado en la primera democracia de la historia obligada a celebrar una quinta elección en cuatro años (2019-2022). Ni Italia, conocida por sus constantes cambios de gobierno con 67 desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, o España, que celebró cuatro elecciones durante el periodo 2015-2019, ha superado esta frecuencia electoral. Un síntoma que refleja la crisis política profunda que atestigua el estado de Israel, aunado a su metamorfosis existencial ante la mutación de principios y valores que le acreditan una pérdida de rumbo. ¿Se extinguirá la única democracia vibrante del Medio Oriente?
Benjamin Netanyahu, el enemigo en casa
Bajo un botín multiforme de partidos políticos y una clase gobernante trenzada por rivalidades, intrigas y escándalos que unen o dividen de acuerdo con los cálculos pragmáticos de la coyuntura, Benjamin Netanyahu ha imbricado el interés nacional con su interés personal. Un acto premeditado e intencionado para esquivar su cita con la justicia ante los cargos que se le imputan por soborno, fraude y abuso de confianza. En esta tesitura, la batería jurídica de Bibi se ha dirigido para que los primeros ministros en funciones no puedan ser investigados. Esa es su apuesta: alargar su estancia en el poder bajo el cobijo del Estado.
Precisamente, la amenaza latente del juicio político y su ambición velada de aferrarse al cargo para que no sea procesado ha puesto a temblar al statu-quo surtiendo efectos para cambiar el destino del país. ¿Se vale pactar con quien sea y negociar lo que sea para seguir al frente del gobierno, incluso pisoteando principios y valores construidos desde que Israel conquistó la independencia? En la política todo es posible. El pragmatismo extremo de Netanyahu es su guía de supervivencia: acreditar la tendencia de la derechización de la política israelí, sumándole el ingrediente ultraortodoxo y religioso; la única vía para garantizar su estancia en el poder, ante la imposibilidad seductora de negociar con el hundimiento de la izquierda.
De esta manera se erigió el gobierno más extremista de la historia desde 1948, la fórmula política más religiosa, derechista y con la menor representación de mujeres y minorías como producto de las elecciones de noviembre del 2022, cuando el Likud, el partido de Bibi, conquistó 32 asientos de los 120 en disputa. Lejos de obtener la cifra mágica de 61 escaños necesarios para conformar gobierno en solitario, el Likud pactó con Sionismo Religioso, Fuerza Judía y Noam (14), Shas (11), y Judaísmo Unificado de la Torá (7), quienes en conjunto alcanzaron 64 asientos.
Con este nuevo gobierno se afianza la extrema polarización política: las tensiones entre los laicos y religiosos que nos llevan por los caminos peligrosos de la división. La derecha secular liberal versus la derecha religiosa autoritaria es la ecuación política suprema que se jalonea todos los días. En el fondo pulsa la peligrosa y aventurada unidad entre religión y el Estado, la gran amenaza que desfundará los cimientos de la democracia liberal y el verdadero leitmotiv de las protestas sociales. En duda se pone la libertad de culto, la libertad de religión, la libertad de expresión y los derechos de las minorías.
A todas luces, al hombre fuerte de Israel le incomodan los límites y frenos al poder. De ahí deriva su embestida estratégica: ahuecar a la Suprema Corte de Justicia, el único órgano que puede impedir el abuso del poder ante la falta de otros instrumentos políticos de contrapeso como la ausencia de una constitución escrita y la conformación de una cámara alta. Su gran apuesta es cambiar el método de elección de los jueces, golpear la división de poderes y minar la independencia del poder judicial: la vieja receta de los líderes populistas para permanecer en el poder.
Mientras que Netanyahu busca ganar tiempo para volver a insistir en la reforma judicial, un fracaso mayúsculo se apuntó en su récord de política exterior: la normalización de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita y la República Islámica de Irán, bajo la intermediación de China. Un golpe que reduce su interés supremo de avivar y fortalecer la coalición regional anti-Teherán. Un fracaso entrecruzado por su apuesta de deteriorar la relación con su homólogo estadounidense, Joe Biden, quien mira con muy malos ojos el embargo de la democracia liberal israelí y, paradójicamente, el acercamiento político israelí al sistema teocrático de Irán: los cleros religiosos que buscan la supremacía para dictar las reglas del juego.
Se trata del momento más peligroso desde la guerra de Yom Kipur. El momento tan débil al interior es la invitación perfecta para agitar el avispero de los enemigos de Israel, justo cuando acecha la escalada de violencia en Cisjordania y Franja de Gaza que han llevado al Consejo de Seguridad de la ONU a celebrar cuatro reuniones de emergencia a puerta cerrada sobre las tensiones entre israelíes y palestinos, los bombardeos con Líbano y la ofensiva en Siria desde que Netanyahu regresó al cargo hace tres meses.
Nota del editor: Rina Mussali es analista internacional y consejera de la Junta Directiva del COMEXI. Síguela en Twitter , Facebook y en LinkedIn . Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
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