Desde entonces y hasta el 30 de enero del 2023, la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos registró más de 7,000 decesos y 11,500 heridos entre hombres, mujeres y niños, además de los 8 millones de refugiados en Europa Occidental, un saldo que promete escalar ante una guerra estancada que no ha manifestado una clara contundencia de las partes.
Precisamente, Occidente dobla la apuesta en un invierno cálido: suministrar los tanques alemanes y estadounidenses Leopard 2 y Abrams, aquellos que pueden cambiar la correlación de fuerzas en el campo de batalla y desnivelar al adversario ruso con potenciales consecuencias para el mundo.
La prolongación de la guerra tiene un costo político mucho más alto de lo que probablemente el Kremlin anticipó ante el nacimiento de la Europa geopolítica con un ADN militarista, el giro constitucional alemán y la supresión de su neutralidad belicosa, así como la revitalización de los vínculos trasatlánticos, y la posibilidad real inmediata de una novena expansión de la OTAN con las incorporaciones de Suecia y Finlandia.
Estos cambios de gran calado en la arquitectura geopolítica europea propician una serie de preguntas que saltan a la razón. Considerando la realidad seguida desde la Segunda Guerra Mundial, ¿Alemania dejará de ser el enano en materia de política exterior para acreditar su nuevo perfil militar? ¿Qué significa para Bruselas que Berlín busque una relación más nivelada entre su talla geopolítica y su poderío económico? ¿Cómo afecta al eje franco-alemán el hecho de que Olaf Scholz destine 100,000 millones de euros a las fuerzas armadas y el 2% de su PIB en materia de defensa? ¿Qué significa el destape militar alemán para las relaciones angloamericanas? ¿Estará cruzando Alemania una línea roja frente al Kremlin considerando las potentes relaciones ecinómicas germano-rusas?
Estos cambios de gran calado en el armazón de seguridad europeo amenazan con despertar la ira putinista. Polonia, Finlandia, Noruega, España y Países Bajos han anunciado que apoyarían a Kiev enviando armamento pesado. Todo ello promete incentivar una escalada bélica mayor cuando entramos al segundo año de la guerra. Al respecto no debemos olvidar el estatus nuclear de Rusia como tampoco el peligro de acorralar y humillar a un adversario con capacidad de destrucción mutua asegurada. Las primeras llamadas de alerta que tuvieron al mundo en vilo fueron el misil en Polonia y el sabotaje del NordStream.