Por un lado, el político que no distorsiona la realidad con mentiras a la medida de su estrategia, polariza, agrede, generaliza y elimina los temas que le resultan inconvenientes, no gana.Por otra parte, el producto que no ofrece indulgencia inmediata y placeres sencillos que no requieran de reflexión o esfuerzo, difícilmente vende. Esto es muy evidente, por ejemplo, en la industria de los alimentos. Es realmente increíble que, a pesar de la inmensa calidad y cantidad de información que tenemos sobre nutrición al día de hoy, la demanda del mercado siga prefiriendo opciones cargadas de daño a la salud, al Planeta y crueldad hacia otros seres vivientes a cambio de un instante pasajero de “sabe rico”.
Lo anterior evidencia que, como especie, seguimos siendo seres principalmente instintivos con enfoques de cortísimo plazo en lugar de racionales y creativos con una visión amplia.
Los políticos o empresarios seguirán actuando así —para obtener su propia recompensa exprés en forma de poder o dinero— mientras la demanda no cambie. Considerando el ímpetu contemporáneo, es necesario que la humanidad comience a tomar responsabilidad individual para romper dicho ciclo autolesivo que terminará muy mal.
Pero no todo está perdido; la profundidad de nuestra esencia es increíblemente potente. Es cierto, el impulso egoísta que promueven los instintos fuera de contexto nos dirige a lugares adversos, pero esa es solo una de diferentes fuerzas que influyen en nuestra conducta. También, nos motiva intensamente proteger la vida en corto y largo plazo, modelar un futuro fecundo, empático y pleno de bienestar.
Hechas estas consideraciones, ahora podemos presentar el tema de la conciencia. Antes que nada es esencial diferenciar entre consciencia y conciencia (sin “s”). La primera se refiere a nuestra capacidad de evaluar juicios morales y la segunda a la facultad de reconocernos a nosotros mismos y lo que nos rodea.
En este artículo nos enfocamos en el futuro de la conciencia. Desde un punto de vista biológico, este fenómeno se da gracias a la posibilidad de reconocer, a través de mapas neurales, los efectos que causan los objetos externos en nuestro cuerpo: propiocepción, exterocepción e interocepción.