(Expansión) - La Inteligencia Artificial (IA) es una tendencia global que ha despertado la curiosidad de muchas personas. Hasta el momento, la mayoría de los pronósticos apuntan a que esta tecnología transformará la forma en la que operan la mayoría de los sectores, incluyendo al sector educativo. Sin embargo, no todos los países han diseñado políticas para aprovechar e integrar la IA en la educación.
Políticas para transformar el sector educativo con Inteligencia Artificial
En este sector, la IA puede detonar impactos en múltiples dimensiones desde reducir el tiempo para calificar, preparar clases o concluir un proceso de admisión, así como reforzar el proceso de enseñanza de manera que permita a los estudiantes sacar un mayor provecho al flujo de información. Incluso puede incrementar el acceso a la educación para estudiantes con necesidades especiales.
A pesar de estos beneficios, la IA también podría implicar riesgos. Como lo planteé hace un par de entregas, algunos de estos riesgos aplican de manera generalizada como violaciones a la privacidad o el uso de información sesgada que perpetúe brechas de desigualdad. Sin embargo, hay otros riesgos que son más específicos para el sector. En una cumbre organizada por la Universidad de Stanford se hablaba de la posibilidad de limitar el aprendizaje de los estudiantes ante información incorrecta que a simple vista pasa las reglas gramaticales o, incluso, desalentar a varios jóvenes que hoy dudan sobre los beneficios de seguir estudiando.
Ante este panorama, es importante abrir el debate e identificar qué pueden hacer los sistemas educativos para aprovechar los beneficios de la IA en favor de los estudiantes y del sector.
En Estados Unidos, el Departamento de Tecnología Educativa publicó hace unos días un documento en el que plasmó recomendaciones para que el uso de la IA mejore el proceso de enseñanza y aprendizaje. Estas recomendaciones surgieron de discusiones con diferentes actores relacionados, entre ellos líderes educativos (docentes y personal administrativo), investigadores, encargados de diseñar políticas públicas, sociedad civil, desarrolladores de tecnología, estudiantes y sus familias. Si bien es un documento filosófico, permite tener objetivos que alineen posteriormente acciones más aterrizadas.
En Chile, por su parte, el Ministerio de Educación sacó la semana pasada una guía para docentes llamada “Cómo usar ChatGPT para potenciar el aprendizaje activo”. Se trata de 15 cuartillas que cualquiera puede descargar, en el que se explica qué es esta tecnología y se dan ideas concretas sobre cómo lo pueden aprovechar las personas frente al aula como solicitar ideas para planear clases, desarrollar materiales que sirvan para que los estudiantes trabajen ciertas habilidades o desarrollar rúbricas para evaluar ciertos conocimientos.
¿Y en México? Me parece que este tema se ve como algo demasiado vanguardista. Hoy la Secretaría de Educación Pública (SEP) está concentrada en seguir adelante con una transformación al plan de estudios de educación básica que no contempla esta tendencia global. En el sexenio anterior, la Estrategia Digital Nacional contemplaba una Estrategia de Inteligencia Artificial que buscaba “encauzar las ventajas de su uso a fin de generar un mayor valor a cada mexicano”. Si en esta administración hubiera algo similar, se podrían discutir mecanismos de gobernanza e ideas para mejorar la educación en nuestro país.
La educación es un sector en el que los rendimientos de una inversión se ven a largo plazo, en lo que las nuevas generaciones se gradúan y aprovechan sus nuevas habilidades. Por ello, me preocupa tanto que no tengamos este tema en el radar y que estamos perdiendo tiempo valiosísimo para que diseñar políticas que permitan mejorar el desarrollo y la empleabilidad de los estudiantes.
Nota del editor: Fátima Masse es Economista especializada en temas sociales. Síguela en Twitter como @Fatima_Masse . Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
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