En aquel tiempo, México conocía y usaba todos los trucos para diferir pagos, así como para obtener generosos refinanciamientos. De aquella época viene la frase: “En la reestructuras crediticias, la mala fe se presume”. Claro, ella podía residir en cualquiera de las partes, pero, finalmente, una se hacía de una posición ventajosa, en tanto que la otra, quedaba igual o peor de lo que estaba.
Alguna de las partes terminaba arrepintiéndose, la que amplió monto y/o plazo, a quien finalmente resultó ser moroso, o la que erró en el cálculo, y acabó pactando condiciones crediticias que aseguraron al acreedor una generosa rentabilidad, por encima de lo razonable. Hablando en plata, ello seguirá pasando, ya que las deudas gubernamentales se han concebido para ser servidas, y no para ser liquidadas.
México ha sido, y es, un especialista en el ramo. Ha tenido a destacados personajes que, si bien no explican con claridad el destino de las enormes sumas acopiadas, han sido prolijos en diseñar complejas narrativas que parecen disculpar el saldo al fin de cada sexenio. Nuestro país ha sido referente en esquemas, modalidades y mecanismos tendientes a comprometer el ingreso por venir, sin que ello haya significado una mejor situación para nuestros connacionales.
Contamos con expertos que han encontrado siempre una fuente que apague el incendio, aunque ella se venga a sumar a los problemas nacionales al año siguiente. Lo que un año es ingreso, al otro genera intereses por pagar, y así, se ha ido acumulando al descomunal pasivo que reporta la hacienda pública.
Todo parece indicar que el mensaje del titular de las finanzas ha terminado por ahondar las preocupaciones, o que, cuando menos, está bien lejos de disiparlas, por lo que parece que el silencio le habría ayudado más, que las apresuradas presentaciones que su equipo ha elaborado. Cuando se arriba al poder con un grupo que se ha formado en las críticas, y no en las propuestas, resulta difícil rendir cuentas convincentes, siendo más fácil el acudir, una vez más, al cuestionable reducto de endilgar culpas a quienes antecedieron en el puesto.
El prepago está bien para aquellos aparatos gubernamentales ordenados, disciplinados y exitosos, que al cabo de un tiempo generan remanentes, excedentes o márgenes, y no para los que presentan un escandaloso déficit. Si bien es cierto que la oficialista mayoría no tendrá empacho en que le jueguen el dedo en la boca, con un impresentable pronostico del precio de la mezcla mexicana, lo real, es que eso ya no pasa la prueba de la risa.
Tampoco la pasa el decir que el prepago tiene como objetivo hacer frente a un pasajero escenario adverso, ya que el anticipo no propicia un mejor perfil del servicio de la deuda en el mediano plazo, sino que sólo se ocupa del séptimo año, sí, ese en el que el mandatario saliente afronta las más duras críticas, y en el que se discute no sólo su juicio político, sino responsabilidades de mayor envergadura. Es claro que el problema del servicio de la deuda no ha sido atendido con seriedad y responsabilidad, y que tenemos enfrente una avalancha formada por obras y servicios que no serán rentables, y, posiblemente, ni siquiera viables.
Para cualquiera medianamente versado en la materia, se trata de un artilugio que trata de evitar que el año entrante sea evidente que el manejo de la deuda pública es, y será, un desastre. Dado que serán recursos fiscales, completamente ajenos al objeto financiado, los que tendrán que rescatar las aventuras burocráticas por todos conocidas. Innegablemente, la deuda ha crecido, pero el problema principal es su mala calidad, tanto en destino, como en su instrumentación.
La línea del FMI no es una cuenta de ahorros, es otra fuente de deuda. Los swaps son otra forma de pedir prestado, ninguna de los dos son solución, sino gravoso diferimiento del problema. No nos ayude Secretario.
El descuido parlamentario es simplemente imperdonable, se permitió que se canalizaran recursos a proyectos de fantasiosa espectacularidad que no aportarán recursos para honrar la carga financiera que representan, y, peor aún, es altamente posible que tampoco reporten el cacareado beneficio social.
En el siglo XIX, López de Santa Anna pactó la venta de territorio nacional, a cambio de una gran suma de dinero. Algunos dicen que ella no fue cubierta, y otros, que se repartió en condición de haberes de guerra entre militares y altos funcionarios. El hecho es, que el descomunal importe que nos privó de la mitad del territorio nacional se fue como agua, o incluso, ni siquiera llegó a las arcas públicas.
Hoy vemos, penosamente, que el rescate de Petróleos Mexicanos no solo es insuficiente, sino que será infructuoso, ineficaz e ineficiente. Es posible que provea a mantener la deficitaria operación de la empresa improductiva del Estado, pero lo seguro es que no será una erogación que reditúe más allá de un lustro. La gran apuesta de esta administración ha sido ruinosa.