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¿Realmente hacemos lo que decimos?

Actuar en consistencia con lo que deseamos y pensamos es un ejercicio cada vez menos común.
lun 23 octubre 2023 05:58 AM
Diálogo
Hay que reconocer que una cosa es lo que deseamos, otra lo que pensamos y otra lo que decimos. Al comprender esta diferenciación, estaremos mucho más cerca de encontrar sentido, apunta Juan Carlos Chávez.

(Expansión) - La mayoría de las veces, la respuesta sencilla y al grano es no. Incluso en muchas ocasiones, creemos honestamente que haremos algo y, finalmente, no lo hacemos o hacemos lo contrario.

Un clásico ejemplo de esta disonancia cognitiva-conductual es cuando arriba el inicio de un año nuevo pleno de propósitos por cumplir y, con todas las ganas y buenas intenciones, aseguramos que entrenaremos diario, comeremos mejor o dejaremos aquél vicio dañino. El mejor momento comercial del año para un gimnasio suele ser enero por ese ímpetu bienintencionado pasajero. Todos sabemos que, en la realidad, dichos objetivos se cumplen poco, salvo sus honrosas excepciones. En este caso, habremos caído en un sesgo de sobreestimación, lo cual implica que psicológicamente estamos diseñados para creer en demasía aquello que queremos.

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En 2008, el autor Martin Lindstrom llevó a cabo un estudio neurológico para correlacionar las afirmaciones conscientes con la actividad encefálica de más de 2,000 fumadores compulsivos. Uno de los principales retos era entender si las espantosas imágenes que presentan los cigarros en sus empaques tenían algún impacto. Los resultados fueron contundentes: el 90% de los voluntarios dijeron que las fotografías sí los incitaban a fumar menos; sin embargo, la resonancia magnética funcional (fMRI) mostró que con ellas en verdad se prendían las áreas del cerebro asociadas con el deseo (como el núcleo accumbens). Es decir, los terribles gráficos se habrían convertido en un ancla que activa inconscientemente el apetito por un cigarro.

Lo anterior podría parecer sumamente contraintuitivo, pero el Homo sapiens demuestra decisivamente en su actuar que las emociones (manifiestas en sentimientos) son mucho más influyentes que la razón en la inmensa mayoría de sus decisiones. La confusión se da porque la mente nos presenta la ilusión de control racional y requiere un esfuerzo adicional para vislumbrar la profundidad de los fenómenos cognitivos.

Esto significa que lo que creemos y decimos que haremos tiene un margen de error grande.

Los políticos contemporáneos parecen ejercer una carrera entera en el arte de mentir porque se ha vuelto un requisito para conquistar la voluntad de las masas. Ser fiel a la verdad implica estar dispuestos a cambiar nuestros discursos y sistemas de creencias y abrazar la complejidad fuera de una retórica simplista, polarizante y repetitiva, lo cual es incompatible con un mensaje masivo convincente. Pero, ¿cómo podemos exigir a nuestros líderes congruencia si nosotros mismos no la valoramos y, peor aún, no la tenemos? He ahí la raíz del conflicto. Desafortunadamente, actuar en consistencia con lo que deseamos y pensamos es un ejercicio cada vez menos común.

En el siglo XXI, los empresarios, científicos, filósofos, consumidores e individuos tenemos la responsabilidad de ver más allá de la obsesión por placeres inmediatos y comprender lo que sucede biológicamente con respecto a nuestras decisiones y acciones. De lo contrario, estaremos condenados a la ignorancia y autodestrucción.

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En contraparte, si identificamos los procesos estandarizados que reinan en la mente e impiden la congruencia, podremos encontrar un futuro abundante y pleno de bienestar. Es imposible avanzar en el mapa evolutivo llenos de contradicciones a nivel personal y colectivo.

Lo primero es reconocer que una cosa es lo que deseamos, otra lo que pensamos y otra lo que decimos. Al comprender esta diferenciación, estaremos mucho más cerca de encontrar sentido.

El mundo de los negocios ya ha prestado mucha atención a estos datos y las marcas transnacionales han diseñado atajos para que desees consumir sus productos aunque no quieras o sepas. Sin embargo, la culpa la tenemos los consumidores; cuando la demanda sea inteligente y empática, también lo será la oferta. Todo empieza a nivel individual.

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Nota del editor: Juan Carlos Chávez es Profesor de Creatividad y Bioeconomía (Genética, Neurobiología, Biofísica y Psicología en un contexto económico) en el sistema UP/IPADE y autor de los libros Inteligencia Creativa (2022), Multi-Ser en busca de sentido (2021), Psico-Marketing (2020) y Creatividad: el arma más poderosa del Mundo (2019). Es director de www.G8D.com Agencia de Comunicación Creativa y consultor de cientos de empresas nacionales y transnacionales. Síguelo en Facebook , Instagram y LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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