Consideremos ahora un caso más complejo y reciente: acabas de comprar una vivienda en una ciudad costera. El edificio está en una zona altamente sísmica, pero tu vivienda está bien construida para resistir terremotos y además, se encuentra en una región donde históricamente casi no se registran huracanes. ¿Comprarías un seguro catastrófico para tu vivienda?
Esta fue la realidad que enfrentaron muchos propietarios de inmuebles en Acapulco, Guerrero antes del huracán Otis. Aunque es importante considerar que la baja tasa de aseguramiento se debe, en parte, al alto costo del seguro catastrófico (que no todos pueden pagar), también influye la mala comprensión sobre la probabilidad y el riesgo, derivada de un sesgo conocido como Aversión Miope a la Pérdida (MLA, por sus siglas en inglés). Este sesgo cognitivo se caracteriza por dar más importancia a los gastos inmediatos que a los beneficios a largo plazo.
En México, culturalmente tendemos a ver el pago de primas de seguro más como un gasto que como una inversión. A esto hay que sumar que nuestro marco regulatorio realmente no obliga a la adquisición de estos seguros. Además, la MLA nos lleva a subestimar riesgos que no percibimos directamente y al considerar que el riesgo es remoto, muchas personas optan por no asegurarse. En el caso del huracán Otis de Categoría 5, aunque Acapulco esté expuesto a fenómenos naturales, lo debemos entender como un evento que fue un Cisne Negro: un evento inesperado y severo, en este caso exacerbado por el cambio climático y el fenómeno de El Niño. En este contexto de riesgos climatológicos cada vez más frecuentes y severos, no lidiar de manera efectiva con este sesgo que tienen los humanos puede llevar a consecuencias desastrosas tanto para quien necesita amparar un riesgo asegurable como de responsabilidad para quien vende seguros.
¿Cómo entonces lidiar con este sesgo? Como en todo, lo primero es recurrir a la educación financiera con la intención de generar una cultura de compra del seguro como existe en otros países. Sin embargo, la educación no es suficiente. Las soluciones son, por un lado, políticas públicas que incentiven (el famoso “Nudge” de Thaler y Sunstein) la compra de seguros sin que llegue a ser una coerción paternalista del Estado; por otro lado, el sector asegurador necesita participar en proceso de educación financiera y, una vez recuperado del huracán y habiendo recalibrado sus modelos, necesita rediseñar sus productos y mejorar sus estándares de servicio para atender al enorme mercado potencial de gente que no los compra, ya sea por el costo o porque simplemente no los entiende. En ese sentido, el sector asegurador tiene ahora la oportunidad de participar en la creación de políticas públicas relacionada a los riesgos catastróficos y al cambio climático.