Esto impulsó al surgimiento de las primeras guías o referentes que buscaban orientar la elaboración de los informes de sostenibilidad y en algunos casos empezar a homologar la información presentada con base en indicadores incipientes de sostenibilidad, que con el tiempo han derivado en estándares, normas y directivas cada vez más específicas (por temas o sectores) en cuanto a qué comunicar y cómo presentarlo, vinculando esta información con la estrategia y operación de los negocios, así como con los impactos significativos en su desempeño financiero futuro.
En este sentido, podemos ver cómo hoy en día también hay un mayor interés por parte de algunos grupos de interés como los inversionistas, autoridades y reguladores, en poder conocer no sólo el desempeño de sostenibilidad de las empresas, sino también sus compromisos, objetivos y metas a corto, mediano y largo plazos, la manera en cómo están identificando y gestionando los riesgos, impactos y oportunidades en materia ambiental, social y de gobernanza, y cómo estos temas pudieran afectar el futuro financiero del negocio.
Esto desde luego también se ha visto reflejado en los informes de sostenibilidad, los cuales ya no pueden verse como un simple ejercicio de comunicación basado en reportar por reportar todo lo que se tenga para dar a entender que se hace mucho en tema de sostenibilidad, sino que deben entenderse como un instrumento estratégico para la gestión de los temas más relevantes y para la rendición de cuentas.
Por ello se ha buscado que estos informes se enfoquen en los temas que realmente sean los más significativos tanto para el negocio como para sus grupos de interés, a partir del desarrollo de análisis de materialidad, que hoy en día no sólo se limita al enfoque del impacto en la sostenibilidad, sino que se empiezan a ampliar y combinar con el enfoque financiero, para abarcar una doble materialidad que permita presentar un contexto e información más integral de la empresa.