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#Entrelíneas | La riqueza y sus distorsiones

¿Es pertinente hablar de la relación entre los ingresos y la riqueza, en un país con más de 130 millones de habitantes y en el que la riqueza está concentrada en pocas manos?
lun 19 febrero 2024 06:09 AM
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La acumulación de ingresos puede ser la ecuación para generar riqueza, pero el problema radica en que eso para millones es una superchería y para muy pocos es un privilegio, apunta Jonathán Torres.

Una estupidez. Durante una conversación con periodistas, Carlos Slim calificó así los ejercicios de medición de la riqueza y ofreció su fórmula para detonar la prosperidad: “Lo que hay que hacer es que la riqueza sirva para crear más y para repartir el fruto de ésta, que es el ingreso”, explicó el hombre más rico de México. “Lo que hay que distribuir no es la riqueza porque el pueblo no quiere acciones, quiere ingreso”.

¿Es pertinente hablar de la relación entre los ingresos y la riqueza, en un país con más de 130 millones de habitantes y en el que la riqueza está concentrada en pocas manos?

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Contexto:

La literatura en torno de la generación de los ingresos y los caminos para repartirlos no es del todo vieja. Durante un tiempo se consideró que lo más importante para medir a las economías radicaba en conocer el ingreso de las personas, pero al paso del tiempo se incorporó otro elemento: el análisis alrededor del reparto de dichos ingresos y su concentración.

Fue así que algunas organizaciones internacionales, medios e instituciones financieras desvelaron lo que por mucho tiempo se mantuvo debajo de la alfombra: las desigualdades estructurales que han provocado que muchas personas no tengan acceso a los ingresos que les permitan aspirar a ser parte de alguna dimensión de la riqueza.

La ecuación es muy simple. El ingreso es la cantidad de dinero que una persona recibe en un periodo determinado (flujo) a través de salarios, rendimiento de inversiones, transferencias por parte de familiares o beneficios del gobierno, entre otras fuentes. Por otro lado, cuando el ingreso se acumula y no se utiliza en el día a día para la adquisición de bienes y servicios, entonces se genera riqueza y se deposita en cuentas bancarias de ahorro, se invierte en activos como bonos o se utiliza para adquirir propiedades.

Los ingresos y la riqueza son parientes muy cercanos, pero no todo el tiempo se encuentran. Por ejemplo, en términos muy simples, es posible tener muy buenos ingresos pero eso no significa ser rico, sobre todo cuando todo ese dinero se gasta. Como sea, la acumulación de ingresos puede ser la ecuación para generar riqueza, pero el problema radica en que eso para millones es una superchería y para muy pocos es un privilegio.

Por lo tanto, sí, más allá de adjetivos para descalificar el análisis, es más que pertinente hablar del camino que toman los ingresos y cómo estos generan riqueza, sobre todo en un país como México, donde todo apunta a que en el camino entre la riqueza y su reparto hay muchas distorsiones, prácticas perpetuadas que conectan al poder económico con el político para favorecer a unos sobre millones.

“Si decimos que queremos generar democracias estables y sanas, resulta complicado lograrlo cuando un pequeño grupo de personas, a través de la concentración de valor en nuestra sociedad, determina el curso de las decisiones que influyen en la generación de éste”, afirma Carlos Brown, director de Investigación y Fiscalidad en Oxfam México.

Bajo estos contextos, lejos de evadir el tema ingresos-riqueza, el llamado es a socializarlo cada día más, lo que también implica repensar nuestra relación con el dinero y su manejo, así como mirar con cierta distancia ciertas ideas ya muy impuestas en la cultura mexicana.

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Diego Castañeda, maestro en Historia Económica por la Universidad de Lund (Suecia), sostiene en su libro “Desiguales. Una pequeña historia de la desigualdad en México”, que nuestro país nació desigual y así se ha sostenido debido a la creación de estructuras sociales desiguales, lo que podría interpretarse así: los mexicanos no conocemos otra manera de entender la relación entre la riqueza y los ingresos.

Por ejemplo, durante el periodo de 1933 a 1938, Franklin D. Roosevelt enderezó la economía de Estados Unidos con el ‘New Deal’ para frenar los impactos de la ‘Gran Depresión’, lo que implicó un mayor control sobre la banca obligándola a asegurar los depósitos, indemnizar a los campesinos para que redujeran la superficie cultivada, así como sostener a las capas más pobres de la población. Es decir, se tomaron una serie de decisiones que dieron paso a una sociedad menos desigual. México no tiene esos referentes.

Por lo tanto, en un país donde gobierna la necesidad es muy común que la costumbre mexicana se incline más por recibir dinero ya, sin pensar en nada más.

Al margen de los datos duros, los reportes de pobreza que ofrece el Coneval lo dicen con mucha claridad: junto con la imperante pobreza que se registra en muchos hogares, hay millones de mexicanos en la vulnerabilidad, lo que significa que cualquier cosa que les pase (una enfermedad, el desempleo, cualquier imprevisto familiar) puede llevarse sus pocos ahorros y sumirlos en una profunda crisis.

La costumbre mexicana ofrece otros enfoques distorsionados: en una sociedad como la mexicana la deuda se vuelve el medio para poder hacerse de activos. Dicho esto, la riqueza de millones de mexicanos no es tal; en realidad, está hipotecada y/o se obtiene a mensualidades.

Ahora, tenemos mucha información alrededor de los caminos que toma la riqueza y, éste, es un paso para romper con la costumbre.

“Si algo hemos aprendido es que no es un asunto individual. Se trata de llevar esta conversación hacia el campo de lo político y hacer que las instituciones que hemos construido y las que vamos a construir tengan este tema en el centro, que pasa por hablar de manera distinta sobre la riqueza”, complementa Carlos Brown.

Conclusión: aunque esta narrativa no sea políticamente conveniente para muchos grupos de interés del sector público y privado, sí hay una disociación entre la dinámica económica y los resultados sociales que tenemos de esa dinámica económica.

El entorno puede dotar de cierto sentido la ‘tesis’ que sostiene que los mexicanos quieren dinero y no acciones de una empresa, pero eso no significa que así tenga que ser. En este proceso, bien vale la pena repensar la manera en la que hablamos de la riqueza desde el periodismo, la academia, el activismo, el sector privado y el político. El fin no es castigar la riqueza, pero sí poner el acento en la manera para hacerse de ella.

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El director de Investigación y Fiscalidad en Oxfam México sostiene que la meritocracia es un mito. México, explica, es de los países cuya población trabaja más horas, pero eso no se ve reflejado en una mejora en su calidad de vida.

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Nota del editor: Jonathán Torres es socio director de BeGood, Atelier de Reputación y Storydoing; periodista de negocios, consultor de medios, exdirector editorial de Forbes Media Latam. Síguelo en LinkedIn y en Twitter como @jtorresescobedo . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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