La trayectoria política de Modi no ha estado exenta de controversias, a lo largo de sus 10 años de mandato y pese a ser considerado como uno de los líderes más populares del mundo. Se le ha criticado por socavar los cimientos democráticos y fomentar el nacionalismo religioso que ha puesto al desnudo la política identitaria y el peligro a la libertad de culto. Por ejemplo, frente a la violencia contra los musulmanes durante los disturbios de Gujarat de 2002, siendo él gobernador, y la más reciente ley de Enmienda de Ciudadanía que facilita el derecho a solicitar la nacionalidad india a grupos de inmigrantes no musulmanes provenientes de Pakistán, Bangladesh y Afganistán.
A ello se le suma un deterioro en la libertad de prensa y los derechos humanos reportada por organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Reporteros Sin Fronteras en casos de arresto, censura e intimidación a periodistas y activistas que critican al gobierno, frente a la apabullante cobertura mediática centrada en sus discursos, logros, y actividades para construir una imagen pública que resalta su liderazgo y conexión con el pueblo. Un culto a la personalidad que se deja ver con su rostro y nombre impreso en la constancia de vacunación contra el Covid, y hasta en la construcción del estadio de cricket más grande del mundo, precisamente en Gujarat.
Aunque algunos sitúen su gestión económica con un crecimiento sostenido del 6-7% como su principal logro, simplificando el sistema tributario del país, y el impulso al emprendimiento, manufactura e inversión, las desigualdades siguen siendo marcadas: una cuarta parte de la población analfabeta y un 12% viviendo en pobreza extrema. Paralelo a ello, la política exterior de Modi ha sido una guía para conocer su ADN geopolítico, campo en el que ha proyectado al país como la quinta economía del mundo y un líder entre el Sur Global reclamando voz y mejor representatividad internacional mediante la intención de ampliar la conformación del Consejo de Seguridad de la ONU en el que India, Japón, Alemania, Brasil y otros jugadores africanos consigan un asiento permanente.
Además de proyectar poderío nuclear, militar y aeroespacial, busca equilibrar su relación con las grandes potencias bajo una política de autonomía estratégica. Esto se refleja en su acercamiento a Estados Unidos en su afán por posicionarse como contrapeso a China en el Indo-Pacífico, a través del Diálogo del Cuadrilátero (QUAD), y en Medio Oriente y Europa por medio del corredor económico, IMEC. Mantiene un diálogo permanente de seguridad con Beijing en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para combatir el terrorismo, extremismo y separatismo; así como en su relación pragmática con Rusia al no haber condenado la invasión a Ucrania beneficiándose de compras de petróleo barato y armas en menor medida. Todo ello con base a compromisos bi-minilaterales, pero con un lente multipolar puesto en su afán de posicionar a la India como potencia global.