Cuando Elizabeth II de Inglaterra hizo recuento del año 1992 concluyó que el calificativo adecuado para tal período era el de “horrible”, ya que, tras repasar los eventos y circunstancias vividas en el Reino Unido en aquel entonces, dijo, no podía llegarse a otra conclusión. Aquí, después del primer año de ver un deleznable comportamiento presidencial jamás antes visto, dejamos de sorprendernos y, al segundo, abandonamos los aspavientos para repudiar el proceder del residente de Palacio Nacional.
Sexennium horribilis
No fue una imposición, un arrebato, ni tampoco un decreto escandaloso. Todos los días del sexenio, quien ostenta la banda presidencial, adoptó decisiones que jamás habríamos perdonado a un político de los otrora partidos de siempre. Hay todavía quien lleva la cuenta de las veces que ha afirmado cosas no sólo inverosímiles, sino abiertamente contrarias a la verdad, algunos dicen que son cientos, otros que son miles.
También hay quien dilapida su tiempo contabilizando las veces que insulta, denuesta o injuria a ciudadanos, a sabiendas de que éstos nada pueden hacer para enfrentarle. Se sabe rodeado de las fuerzas armadas y de miles de fanáticos dispuestos a ofender, amenazar o hasta violentar a quienes le dicen que abusa del poder.
Es lastimoso que tengamos que admitir que en el sexenio abundan casos de corrupción, son tantos que la cantidad abruma, y ya sólo estamos atentos al que sigue. Se registró en una sola entidad pública, el más cuantioso, hasta ahora contabiliza 15,000 millones de pesos, ejemplo histórico de impunidad. Las obras tlatoánicas son muestra de dispendio de recursos públicos, así como de un actuar carente de preparación en gestión y ejecución de planes y programas públicos.
El crecimiento de la deuda pública no se ha medido responsablemente, pero no hay duda, es peligroso el nivel al que hemos llegado. El color a sangre coagulada que distingue al partido que llevó al de Macuspana al poder fue premonitorio, pero no lo supimos sino hasta que fue muy tarde. Es el más violento, sangriento y desgarrador episodio de la historia reciente del país. El crecimiento de narcotráfico; de la extorsión, en todas sus modalidades; la desaparición de personas y la cantidad de fosas clandestinas hacen parecer una broma cruel el decir que bajó el número de secuestros.
Es claro para todo mundo que no hay mayor enemigo del texto constitucional que quien cínicamente protestó defenderla. Gracias a la sobrerrepresentación pudo al principio de la administración impulsar reformas que vulneran y atropellan derechos fundamentales básicos y elementales. Tenemos la prohibición de la confiscación, al tiempo de que se aplica abusivamente la extinción de dominio, siendo sus diferencias meramente cosméticas.
Pero no sólo eso, la forma en que se aplicaron medidas en materia de lavado de dinero, atropellando los más elementales principios de debido proceso, sería suficiente motivo para reprobar a la presente gestión como pertinaz violadora del debido proceso. Quien llegó a ocupar la titularidad de la Unidad de Inteligencia Financiera carecía de la más básica preparación en la materia. Su desempeñó no pasa los estándares convencionales, como tampoco podría transitar un examen en foros internacionales. Resulta lapidario el hecho de que no hay mayor censurador de su locuaz, desparpajada e ignorante conducta, que el actual titular de esa Unidad.
No es casual, ni mucho menos accidental, que busque desesperadamente fuero constitucional. Sabe que el regadero es amplio y que la instrucción de ocultar los expedientes que llevan su nombre expira el primero de octubre del presente año. A los mexicanos, de muchos niveles y de diversos sectores, les quedó claro que la membresía de organismos como la OEA, no pasa de ser uno más de esos absurdos y costosos gastos, que sólo nos arriendan decorativas declaraciones e inocuas visitas, en las que se hurga entre los casos de ínfima cuantía económica y política, para disfrazar al organismo de defensor de los menos favorecidos, como si sólo éstos tuvieran derechos humanos. Sabe bien que esos casos no comprometen el pago de la tan añorada cuota, que compra el conveniente silencio cuando la población denuncia violaciones a la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
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Ya no es secreto, la próxima titular del Ejecutivo Federal vivirá entre miserias, déficit, costoso financiamiento, y muchos, muchos reclamos por quienes hasta ahora han cobrado programas sociales con cargo a lo que el neoliberalismo acumuló durante 36 años. Sin ese modelo económico, el presidente no habría podido sufragar los desordenados, opacos y descontrolados planes del más estéril asistencialismo. Se esfumaron todas las reservas, fondos, fideicomisos y todo tipo de vehículo especializado para asegurar el cumplimiento de compromisos oficiales. Tras criticar a más no poder la existencia de fideicomisos, cerró el sexenio creando a diestra, pero más, a siniestra, los fideicomisos que supuestamente serán garantes de lo que ingenuamente cree es su legado. Sería bueno saber si ha estimado la posibilidad de que llegue otro que, como él, arrase tales fideicomisos, acusando tropelías, excesos y despilfarro.
En el difícil vaivén de las finanzas públicas que vivirá quien asuma el poder, no habrá tiempo para defender, a capa y espada, a funcionarios que son francamente impresentables, y que hasta ahora no han encarado la justicia, porque el tabasqueño ha sabido cerrar las filas, a modo de tapar y cobijar lo tanto que hay que esconder. El capelo que protege a quienes hicieron una forma de vida de infringir la ley con cargo al erario se está desvaneciendo. La entrega de la banda hará que el detenido reloj del fincamiento de responsabilidades reanude su marcha.
La campaña electoral en el vecino país del norte será el episodio que abrirá la temporada de caza de funcionarios venales en México, ya que, al ser la migración y el tráfico de fentanilo el eje del discurso de ambos partidos, los candidatos encontrarán en funcionarios mexicanos la enorme cantera que provee el buscado apoyo de los votantes. La existencia de una narcocracia tomó tiempo en tomarse en serio, pero ya no hay forma de voltear a otro lado. La electa tendrá que callar, y permitirá que se escojan los primeros chivos expiatorios. No objetará desafueros, ni extradiciones, hasta que el proceso llegue a su gabinete. Por eso, debe escoger bien, los compromisos se acabaron el pasado miércoles. El lunes es cuenta nueva, sin borrón. Se sabe rodeada de sujetos con una diana en la espalda, dibujada por agencias del exterior.
La nueva titular del poder público en México tendrá sobre su escritorio asuntos y temas igualmente urgentes que graves. Pemex, la CFE y un modelo regulador del sector energía que hace agua, será uno de ellos, pero la elevación de tasas de la deuda pública y el inaplazable reconocimiento del endeudamiento no reconocido, como lo es el que se tiene con proveedores y contratistas, o el de las pensiones fuera y dentro del seguro social no son menores. La calculada estrategia de la Reserva Federal de Estados Unidos funcionó, la subvaluación del dólar los ha mantenido a flote, los empleos crecieron en período electoral. El frágil peso, valuado a medias por un banco central quebrado, hasta hoy, se ha podido vender como logro, pero no tardará en revelar su condición de fracaso.
La agenda de la ungida será más crítica que pública, estará llena de crisis de todos los tipos, tamaños y orígenes, pero, al fin del camino, la enfrentarán con quien, con un par de palmadas piensa que ha asegurado la ciega lealtad. Bastarán unos meses para que éste sepa que la miseria humana es ilimitada, y por fin, entenderá lo que sintió Julio César aquella tarde en el senado romano, y, seguramente, exclamará la misma sentencia.
Verá la triunfadora con recelo, y hasta con desprecio, a quienes sigan vendiendo espejismos transformadores, al darse cuenta de que son caros ujieres que sólo operan embolsándose enormes sumas de dinero, de las cuales, ya no dispondrá. Antes, con sobres amarillos, ahora con cuentas que sólo la ingenuidad les hace pensar que son secretas. La sensación de zozobra ante la escasez de recursos la hará dudar entre si el sexenio horrible es el que viene, o el que ya pasó. Pronto sabrá que el primero será el suyo, y que el segundo, fue el nuestro.
Pensará que sus seguidores en el parlamento podrán hacer valer su peso, pero sin fondos presupuestarios, todo será en vano. Entonces pondrá buena cara a todos los esquemas, recursos y fondeadores de tragedias, y se volverá, casi sin percibirlo, en la más renovada y potente expresión del neo neoliberalismo.
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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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