El nivel de inversión que tiene el país en su conjunto es muy bajo y no es posible compensar el deterioro de capital, se comienza a tener cada año menos capital para producir; con esto, el crecimiento económico se desploma, con lo cual la actividad emprendedora, es decir, la creación de nuevos negocios y empleos que sustentan las economías locales e impulsan el crecimiento del PIB, se comienza a deteriorar.
Uno de los indicadores que refleja mejor el bienestar de una población es el grado de escolaridad, sin embargo, si la educación aumenta la capacidad para “saber hacer”, la adquisición de más años de escolaridad no lleva automáticamente a alcanzar una mayor productividad. En México de acuerdo con el Inegi, la tasa de escolaridad promedio de los habitantes de 15 años y más es de 9.7 años, esto quiere decir que estudian hasta el tercer grado de secundaria.
México es una sociedad más educada (9.7 años de escolaridad en promedio) pero no más productiva. En dos décadas la escolaridad creció 33.4% años y la productividad apenas lo hizo en 7.7%. El reto radica en ofrecer una educación de calidad, con una orientación clara hacia la formación de habilidades y competencias para la vida y el trabajo.
El desajuste entre la demanda y la oferta de habilidades y competencias explica muchos de los problemas de productividad en México, por ejemplo, las universidades deben reconocer en mayor medida que las personas no se forman primero y trabajan después, sin ninguna conexión entre sí, sino que ambos procesos están íntimamente relacionados universidad-empresa y de ello depende el desarrollo de competencias.
Las universidades deben buscar garantizar que los planes y programas de estudio sean pertinentes y contribuyan a que los estudiantes puedan avanzar exitosamente en su trayectoria educativa y profesional, al tiempo que desarrollen aprendizajes significativos y competencias que les sirvan a lo largo de la vida, así como hacer del desarrollo científico, del emprendimiento y de la innovación pilares para el progreso económico y social sostenible.
Así, las universidades, desde su identidad y valores, deben contribuir a atender las demandas sociales y tener la capacidad de producir impacto, tanto en las sociedades más próximas como a nivel mundial o internacional.
Quedan así claramente remarcadas las notas esenciales de la de la función de las universidades: formación centrada en valores, que busca contribuir a un desarrollo integral y a que la sociedad sea responsable y ética; liderazgo en la ciencia que busca contribuir a su avance en beneficio de la sociedad; y la colaboración con las empresas, industrias y gobiernos para llevar al mercado los descubrimientos y desarrollos conseguidos.
La forma en que las economías crean y utilizan el conocimiento para llegar a la innovación es cada vez más relevante y es un fundamento de la riqueza de las naciones más desarrolladas y explica en gran medida su crecimiento económico, llegar a ello requiere de sistemas universitarios involucrados en el fortalecimiento de las capacidades innovadoras de las empresas para crear oportunidades de apropiación del conocimiento y traducirlo en nuevas tecnologías.
En México, las políticas de innovación, ciencia y tecnología han vuelto a aparecer en los discursos políticamente correctos. Sin embargo, la búsqueda y la necesidad de acceso al mercado en sectores tradicionales llevan a ceder ventajas dinámicas en materia de transferencia de tecnología. En general, en las empresas prevalecen posturas marginales que abogan por la “agregación de valor” a través de la adopción de nuevas tecnologías provenientes de los ámbitos universitarios.
La carencia de visión estratégica y las exigencias de resultados a corto plazo pueden entrar en conflicto con los procesos de aprendizaje y el desarrollo de capacidades científicas y tecnológicas, las cuales son localizadas y se construyen gradualmente en un proceso continuo de prueba, error.