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Carta a la OEA

Más allá de los pintorescos personajes que suelen tener al mando de ese organismo, es claro que su capacidad de hacer efectivos los más elementales principios del derecho internacional es nula.
vie 13 septiembre 2024 06:08 AM
Carta a la OEA
Hay reformas constitucionales que hacen nugatorios derechos fundamentales, de esos que resultan imprescindibles para que los ciudadanos de los países miembros cuenten con un andamiaje institucional que impida a los autócratas implantar absolutismo disfrazados de república, apunta Gabriel Reyes Orona.

Por cualquiera de las múltiples razones que saltan a la vista, es de esperar que no promuevan, ni mucho menos cobren, las absurdas e infructuosas cuotas que imponen a los países miembros, no, al menos, a todos esos a los que de nada sirvieron, como es nuestro caso. La convención que rige su acción es ya letra muerta, prácticamente en todos y cada uno de los territorios en que supuestamente regía.

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Más allá de los pintorescos personajes que suelen tener al mando de ese organismo, es claro que su capacidad de hacer efectivos los más elementales principios del derecho internacional, es nula. Son, al menos tres, los artículos que ahora son inexigibles efectivamente en México, destacando el artículo 25, el cual exige de los estados miembros el brindar acceso efectivo a la justicia, contando, para ello, con un recurso, simple y eficaz, que permita deducir acciones de manera eficaz, siendo destacado en tal precepto, el que los justiciables puedan defenderse de los excesos del estado.

Vimos cómo, poco a poco, los países cayeron ante enormes aparatos de cooptación del voto, los cuales, anularon a las autoridades electorales, siendo complementados por un engañoso y falaz sistema de cómputo de votos. Sí, podrían decir, con razón que fueron los habitantes de cada país los que cayeron en el artilugio, tendido por los que antes fueran “partidos dominantes”, los cuales, con el tiempo, cedieron ante estructuras más fuertes y mejor organizadas, financiadas, en mucho, por el crimen organizado.

El reciente caso de Venezuela nos deja claro que no importa qué tan ostensible sea la operación de estado para hacer nugatoria la democracia, con procesos en los que los funcionarios comiciales son intimidados, amagados, comprados, y, hasta sustituidos, ese organismo nada hará por evitar que las autocracias se consoliden, haciendo de los derechos fundamentales mofa.

México, hace más de una década, comió la manzana envenenada. Ingenuamente pensamos que en un país con fuerte presencia de carteles del narcotráfico, sería posible que ciudadanos de a pie que, antes y después, del proceso electoral quedan a merced de aquellos impusieron la dinámica “acta o plomo”, podrían evitar que los más oscuros intereses se apoderarán de los cargos y puestos oficiales. El circulo viciado permitirá que, en tanto no existan métodos efectivamente confiables de conteo de sufragios, personajes como Evo Morales, ante la más mínima acusación, clamen por la celebración de elecciones, saben que esas las ganan de todas, todas. Operación casilla no falla. El cartel de las sillas cuenta con una vasta y poderosa estructura que hace imposible un resultado adverso. Aquí, cuando el PRI perdió el magisterio, comenzó a ceder el poder desde el cómputo. Hoy, no es ni un remedo de lo que fue.

No importa qué tan cargados estén los dados en una elección, la OEA vendrá, gastará y seguirá pidiendo se le cubran las cuotas con las que hacen turismo diplomático, manteniendo a chuscos secretarios generales, sumidos en escándalos y frívolos lances. Hace años se presentó ante la insulsa instancia una reclamación de urgente atención, para que se pronunciaran sobre reformas constitucionales que representan violación de derechos convencionales, esos, que claramente integran el ius cogens. Nada quisieron, supieron o pudieron hacer, carecen de autoridad técnica, moral y peso político para defender las más básicas causas del derecho de gentes.

Es claro que hay reformas constitucionales que hacen nugatorios derechos fundamentales, de esos, que resultan imprescindibles para que los ciudadanos de los países miembros cuenten con un andamiaje institucional que impida a los autócratas implantar absolutismos, disfrazados de república. Fue hasta que Juan se quedó sin tierra, que la Carta Magna emergió, ya que tuvo que alcanzar acuerdos con quienes hacen posible el sustento de la nación, sí, con decretos, reglamentos y acuerdos no se da de comer al pueblo, por bueno que éste sea.

Cuando México necesitó de la OEA, para que ésta alzará la voz en contra de esas autoritarias reformas que fueron tendiendo el camino de un aparato que articuló las más inequitativa de las elecciones, en casillas que fueron tomadas, una a una, bien, con previas visitas a los integrantes de la mesa; con sustituciones amañadas, o ya de plano, forzando una boleta a modo, abatiendo a candidatos incomodos, ahora, que viene la discusión del presupuesto, por la más elemental congruencia, callen, y no gestionen que se les pague el salario del silencio.

Dieron un portazo en la cara a la solicitud promovida por Justiciables Mexicanos que, con años de anticipación, dejó clara la ruta que seguiría el nuevo partido, el cual, de la mano de los capos, hizo suyo el mecanismo que permitía al PRI ser invencible. Aquel, con el tiempo, terminó por hacerse de las impresentables instituciones electorales que sí, siempre fueron inocuas, pero también, siempre supieron ser útiles cómplices para cantar un ganador inobjetable. El garlito fue armado por aquella dictadura perfecta, que lo único que no supo calcular, es que los tricolores preferirían embolsarse los recursos, a mantener a recaudo la poderosa estructura que controla las mesas de casilla.

Había, hay, y seguirán produciéndose, reformas constitucionales contrarias al derecho convencional, pero todos los mexicanos habremos de recordar a esos que vedaron el juicio de amparo en contra de esa puerta falsa, muy apreciada por quienes gustan de anular garantías individuales, convenciendo a los siempre accesibles legisladores. Es bien sabido que, en los países con baja instrucción, no hay mercancía más barata, que la convicción de un parlamentario.

De aquí en adelante, el juicio de amparo será todo, menos eso, encontró, entre quienes le hicieron instrumento para llegar a una posición de poder, al Bruto que supo clavarle la daga. Estamos como hace dos siglos, volvimos a la casilla inicial, y tendremos que reconstruir el estado derecho, pero eso no será posible, sino hasta que Juan, vuelva a ser Juan sin Tierra.

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La Constitución encuentra origen, y razón de ser, en el apartado de garantías individuales, esas, de las que el Poder Judicial debía ser garante. Hoy, ese apartado es letra muerta, ya que, sin quien lo haga efectivo, es sólo palabrería. Se conoció como parte dogmática. Gracias a todos los que callaron, la Constitución a partir de ahora sólo será eso, todo será dogma, dictado desde una silla, palabra inmutable a la que no se le cambiará ni una coma.

Azaroso será el camino de lo que fue aquel México, que nos heredara un movimiento constitucionalista. Populares serán los jueces, aunque no den el ancho, ni justicia.

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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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