Uno de los mejores ensayos del académico de Harvard, Michael Sandel, lleva por nombre “Lo que el dinero no puede comprar”, en el cual desarrolla una crítica sobre la era contemporánea y la tendencia a mercantilizar todos los aspectos de la vida humana.
Según el autor, el efecto es que, en las últimas décadas, hemos ido transitando de una economía de mercado hacia una sociedad de mercado.
¿Cuál es la diferencia? En una economía de mercado, la ley de oferta y demanda, así como la producción, rigen aspectos económicos como la inflación, el crecimiento, los salarios y el comercio exterior.
Pero en una sociedad de mercado, la lógica económica y mercantil incide cada vez más en bienes públicos como la salud reproductiva, el acceso a la educación, el medio ambiente, la seguridad o la justicia.
El problema es que las leyes económicas no siempre son del todo efectivas para abordar temas que exigen un enfoque de valores y principios, partiendo de la dimensión humana.
La brecha de desigualdad de ingresos y la pobreza en el mundo son, probablemente, los ejemplos más claros.
Si se permite que la “ley del más fuerte” funja como único factor en las dinámicas económicas, el resultado será un incremento en la precariedad -e incluso miseria- para una parte significativa de la población, generando inestabilidad social y política.
Es evidente que, desde un punto de vista ético, dejar en el abandono a grupos vulnerables como personas con discapacidad o adultos mayores, bajo el argumento darwiniano salvaje de que los más débiles deben perecer, representa una atrocidad inaceptable.
Pero hay muchos otros aspectos en los que la lógica mercantil ha permeado poniendo en entredicho determinados valores morales.
La compraventa de productos comerciales o inmuebles privados es parte de la actividad económica necesaria para que cualquier sociedad prospere.
Sin embargo, cuando se pone precio a asuntos más complejos como la capacidad de ser madre -maternidad subrogada-, la caza de animales en peligro de extinción, el “derecho” de las fábricas a contaminar, o la venta de un órgano humano, el debate sobre los valores de estos bienes merece abrirse.
Entonces se vuelve pertinente la pregunta, ¿Cuáles son los límites del mercado? Pues bien, estos límites, me parece, los debe dictar nuestra brújula moral.
Para ello, es indispensable colocar la dignidad humana en el centro. Aunque hace 200 años era legal la esclavitud, esta práctica es injustificable, porque las personas no son bienes mercantiles que puedan ser comprados.