Vivimos en una era donde las marcas no venden productos o servicios: venden promesas. Desde campañas emotivas, influencer marketing, patrocinios, relaciones públicas hasta experiencias, la narrativa dominante gira en torno a estar “cerca del cliente”, “acompañar en los momentos difíciles”, “resolver cuando nadie más puede”, “estar ahí”. Palabras cuidadosamente elegidas, reforzadas por imágenes de familias sonrientes, interfaces amigables y slogans reconfortantes.
La promesa de marca se pone a prueba cuando más se necesita

Pero en sectores sensibles como la salud, la previsión o la atención de emergencias, el verdadero valor de una marca no se mide por su creatividad publicitaria, sino por cómo actúa cuando el cliente está en crisis, donde muchas veces puede definir la frontera entre la vida o la muerte.
Y ahí es donde, muchas veces, el sistema falla con consecuencias que van más allá de romper una promesa, sino con consecuencias que impactan en la vida de las personas a niveles que los colaboradores de las empresas no tienen idea.
En teoría, los servicios críticos deberían ser diseñados para simplificarle la vida al usuario y reafirmar la promesa de marca cuando más se lo necesita. Pero en la práctica, las personas que necesitan resolver situaciones urgentes como internaciones, autorizaciones especiales, coberturas excepcionales, pagos demorados, entre otros requisitos se enfrentan a procesos fragmentados, contradictorios, opacos, confusos o de incertidumbre total.
La experiencia del usuario, que parecía clara desde la app, la web o campaña, se transforma en un juego de obstáculos: formularios duplicados, áreas que no se comunican entre sí, tiempos indefinidos, respuestas impersonales o directamente la ausencia de respuesta.
Lo que en la superficie parecía cercano y ágil, se revela como un sistema defensivo. Uno que prioriza proteger a la organización, no al usuario.
En experiencia de usuario (UX, por sus siglas en inglés), existe el concepto de moment of truth: ese instante en el que se pone a prueba todo lo que la marca dice ser. No cuando el cliente está explorando opciones o navegando una landing page, sino cuando realmente necesita que la promesa se cumpla. Es ahí donde muchas marcas pierden su coherencia.
Porque la empatía no se demuestra con frases emotivas, sino con protocolos diseñados para escuchar, resolver y contener. La innovación no es lanzar una nueva app, servicio o producto, sino garantizar que cada canal funcione como una extensión real del compromiso humano, sumado a una comunicación integral entre las diferentes áreas. Porque la experiencia del cliente no se valida con NPS (Net Promoter Score), una métrica que mide la lealtad del cliente y su disposición a recomendar una empresa o servicio a otros a usuarios satisfechos, sino con la capacidad de actuar frente a la vulnerabilidad.
Cuando la experiencia de usuario no vale una vida
En los servicios críticos, el usuario no es solo un consumidor, sino también la familia: son personas atravesando miedo, urgencia, desgaste emocional. Cuando un sistema no contempla ese estado y le exige al cliente que se vuelva su propio gestor, abogado o auditor, no solo falla la experiencia. Se rompe algo más profundo: la confianza, sin contar los efectos en la salud.
Por eso, el diseño de experiencia en estos sectores debe integrar lo que llamamos empatía aplicada. No es una sensación ni un atributo blando. Es una metodología. Significa anticipar la fragilidad, evitar el lenguaje técnico innecesario, crear rutas de resolución reales y sobre todo, responder de una forma asertiva, evitando respuestas automáticas, bots o asistencia por IA, porque el trato humano es algo irreemplazable. Aunque la respuesta sea: “aún no lo tenemos, pero estamos acá”.
La mejor marca no es la que promete más. Es la que se sostiene cuando el usuario está en su peor momento. La que no se esconde detrás de procesos, ni desdibuja su propósito cuando el caso se vuelve complejo.
En la actualidad, las organizaciones que realmente logran diferenciarse son aquellas que alinean su propuesta de valor con su operación interna. Donde la promesa de marca no se queda en el marketing, sino que permea en sistemas, personas y decisiones. Y eso, en sectores sensibles, no es solo una ventaja competitiva: es una responsabilidad ética.
Por esta realidad, la pregunta que deberían hacerse quienes lideran marcas en sectores críticos no es “¿qué estamos diciendo?”, sino:¿qué tan preparados estamos para sostener lo que decimos, cuando más se nos necesita?
Porque toda marca vive en el imaginario del consumidor hasta que un día ese consumidor se convierte en paciente, en familiar angustiado, en alguien que necesita que el relato se vuelva realidad. Y es en ese instante donde la experiencia ya no es un concepto abstracto, es el momento crítico cuando se valida si esta promesa de marca es verdad o no.
____
Nota del editor: Matías Carrocera es experto en liderazgo, capital humano y visión empresarial, con una trayectoria destacada en el desarrollo de estrategias innovadoras. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión