Cada vez más líderes, emprendedores, docentes y gestores entienden que la curiosidad no es un rasgo decorativo, sino una competencia esencial. Es la base de la innovación, la creatividad y la resolución de problemas, desde los más cotidianos hasta los más complejos.
Los startups lo tienen claro: toda disrupción comienza con una pregunta inquietante.
¿Por qué esto funciona así?
¿Podría hacerse de otra manera?
¿Y si lo replanteamos por completo?
Cuestionar lo establecido con intención transformadora permite rediseñar productos, reinventar servicios y detectar oportunidades donde otros solo ven rutina.
Pero la curiosidad no solo impulsa grandes cambios. También transforma la vida cotidiana. Ayuda a enfrentar desafíos con más claridad, flexibilidad y profundidad. Una mente curiosa no se conforma con la primera respuesta ni acepta explicaciones automáticas: explora, conecta ideas, prueba caminos nuevos.
Está íntimamente ligada a nuestra capacidad de anticipar tendencias, ver lo invisible, conectar lo aparentemente inconexo. Lo vemos en perfiles muy diversos: inversores que detectan oportunidades antes que el mercado, empresarios que reinventan industrias, creativos que rompen moldes. También en científicos que formulan hipótesis nuevas, médicos que no se quedan con el primer diagnóstico y escritores que imaginan futuros posibles.
Todos ellos comparten una inquietud sostenida por el conocimiento: una curiosidad activa y constante.
Y lo mejor: esta capacidad se entrena. Aunque algunas personas la desarrollen más fácilmente, todos podemos fortalecerla practicando el arte de preguntar, valorando la duda y manteniendo el deseo de seguir aprendiendo.
Lo más fascinante es que todo esto empieza en la infancia. Un estudio liderado por la Dra. Prachi Shah, pediatra e investigadora de la Universidad de Michigan, reveló que los niños con mayor curiosidad obtenían mejores resultados en lectura y matemáticas.
Lo más revelador fue que, en entornos vulnerables, un fuerte deseo de aprender compensaba la falta de recursos.
“La brecha de logros asociada a la pobreza prácticamente desaparecía en niveles altos de curiosidad”, explicó Shah en una entrevista con MindShift.
La neurociencia también respalda este hallazgo. Mary Helen Immordino-Yang, profesora en la Universidad del Sur de California, descubrió que cuando algo nos interesa genuinamente, el cerebro activa zonas relacionadas con la atención, la emoción y la memoria. El hipocampo —clave para el aprendizaje— se vuelve más receptivo. Cuanto más queremos saber, más profundamente lo procesamos y recordamos.
Este principio no aplica solo en el aula. También en universidades, empresas, comunidades y emprendimientos, fomentar la curiosidad mejora el aprendizaje, fortalece la toma de decisiones y estimula la colaboración con sentido.
En un panorama saturado de información, donde cada dato lucha por captar segundos de atención, la curiosidad se convierte en una ventaja estratégica. No se trata solo de pensar diferente, sino de percibir con mayor sensibilidad aquello que aún no conocemos. Es esta inquietud la que nos permite anticipar tendencias, identificar vacíos y descubrir oportunidades en medio de la incertidumbre.