Sin embargo, el desafío actual implica mucho más que la generación de empleo. Lo esencial es crear oportunidades laborales estables y de calidad que permitan a los jóvenes desarrollar su potencial en un entorno que reconozca tanto sus capacidades como sus aspiraciones. Para lograrlo, se requiere un enfoque integral que combine la creación de empleo con procesos efectivos de formación, capacitación y conexión entre la oferta y la demanda laboral.
En este contexto, los países deben diseñar políticas públicas que actúen de manera complementaria en dos frentes. El primero consiste en fortalecer la oferta laboral a través de programas de formación técnica alineados con las demandas del mercado actual, y con visión a mediano y largo plazo. A esto se debe sumar el desarrollo de habilidades blandas y la orientación vocacional, que permiten a los jóvenes tomar decisiones informadas sobre su trayectoria profesional.
El segundo frente se centra en impulsar la demanda laboral, mediante incentivos a las empresas para que incorporen jóvenes a sus equipos, especialmente en sectores estratégicos como la manufactura, los servicios, la tecnología y la economía verde, todos con alto potencial de crecimiento y generación de empleo de calidad.
Ante este escenario cambiante, preparar a la juventud para adaptarse y prosperar es una prioridad urgente. Para ello, se requiere una transformación profunda de los sistemas educativos, orientada a una formación integral que combine el desarrollo de competencias técnicas con habilidades socioemocionales. El objetivo no es solo facilitar el acceso al primer empleo, sino también asegurar que los jóvenes puedan mantenerse vigentes y competitivos a lo largo de toda su vida laboral.
Además, la automatización y la inteligencia artificial (IA) abren nuevas posibilidades, pero también plantean riesgos importantes. Si bien pueden crear nuevas categorías de empleo, también pueden profundizar las brechas existentes si no se toman medidas anticipadas. Por eso, es crucial invertir en alfabetización digital y educación básica, de modo que los jóvenes estén preparados para complementar —y no ser desplazados por— las tecnologías. En un mundo cada vez más automatizado y dominado por la tecnología, es fundamental que las nuevas generaciones desarrollen habilidades que sigan siendo exclusivamente propias del ser humano. La comprensión lectora y la fluidez no solo son esenciales para el aprendizaje académico, sino también para fortalecer capacidades como el pensamiento crítico, la supervisión efectiva de procesos tecnológicos y el desarrollo de funciones creativas. Estas competencias aseguran una participación activa, consciente y significativa en la sociedad del futuro, donde el juicio, la ética y la creatividad seguirán siendo insustituibles.
El desafío es aún mayor cuando se trata de comunidades históricamente excluidas, como los pueblos indígenas. Promover su inclusión laboral exige políticas sensibles a su identidad cultural y sus conocimientos ancestrales. Estos esfuerzos deben fomentar el emprendimiento indígena, facilitar el acceso a mercados y financiamiento, y diseñarse en conjunto con las comunidades para asegurar su pertinencia y sostenibilidad.
Una pieza clave en este proceso es la transformación de la economía informal, de la cual depende una gran parte de la juventud para sobrevivir. Sin embargo, esta condición no puede considerarse una solución sostenible. La informalidad debe entenderse como una etapa transitoria hacia la formalización. Para avanzar, es fundamental reducir barreras burocráticas, ampliar el acceso al financiamiento e incentivar a las empresas a incorporar trabajadores informales al sistema formal, asegurando así condiciones laborales más justas y estables.