En menos de tres meses, la 4T y la Junta de Gobierno del Banco de México aprenderán, por las malas, una dura lección. Al haber dejado a la deriva el margen financiero, pronto se registrará una gradual, pero pertinaz, descomposición en la relación de la banca con su clientela. De nada servirá la tasa de referencia, las relevantes serán aquellas que fijen los intermediarios, siendo éstas notoriamente distantes del parámetro oficial. De poco, o nada, servirán las presiones de la autoridad hacendaria, o la obsequiosa conducta del instituto central. El mercado bancario entrará en un viciado proceso en el que se restringirá el crédito y se elevarán las tasas, provocando, precisamente, lo que se quiere evitar, un creciente entorno de impago de los adeudos bancarios.
Margen financiero

Así es, poco importa donde empezará el círculo vicioso, lo real es que los banqueros cerrarán la llave, pretendiendo evitar pérdidas, pero provocarán que la actividad comercial e industrial se pasme, lo que, como es lógico de suponer, propiciará un estancamiento económico en el que el deterioro de la cartera resulta inevitable.
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Se dirá que no es responsable el otorgamiento de crédito en un entorno de caída en el ingreso de las familias, y éstas, al ver la cerrazón de los administradores bancarios, disminuirán el consumo, ahondando la situación crítica. Sí, poco importa dónde comience, el caso es que ya están dadas las condiciones para que la cartera de crédito comience a ser un problema, poniendo a prueba las fantasiosas reservas que la CNBV dejó pasar como si realmente existieran. En unas cuantas semanas, se verá que los pasivos son reales y crecientes, y que los activos no tanto. Los espejismos contables no podrán paliar la dura cara de la astringencia bancaria.
No es la primera vez que pasa. La desconfianza provocada por una tensa relación con nuestro principal socio comercial; la falta de credibilidad en el rumbo de las finanzas públicas, así como la voracidad de los titulares de licencias bancarias nos conducen a un escenario en que no se prestará, porque no hay flujo que técnicamente respalde el cobro, y no habrá flujo, porque el crédito es escaso y caro. Todo mundo se va a atrincherar, lo que agravará la situación.
Sin embargo, al dejar de otorgar créditos, los banqueros enfrentarán la necesidad de cubrir el costo de los depósitos, sin operaciones que, de manera rentable, produzcan suficientes recursos para pagar, tanto las tasas que propalan entre la clientela, como las enormes erogaciones asociadas al pago de recursos humanos y materiales que implica mantener un banco de ladrillo y cemento. Aun así, decretarán dividendos, ante una autoridad que ha dejado crecer ese boquete sin advertir que el capital de los bancos, en buena medida, se constituye por una sobrevaloración de los activos, y una visión alegre del horizonte de cobranza. Vistos con cuidado esos “dividendos” fueron salidas descapitalizantes, que serán así reconocidas cuando sea bien tarde.
El redimensionar bancos, liquidando personal, sólo arrojará más sujetos que se sumen al creciente desempleo, que ha venido minando la salud del aparato productivo. Disminuir el gasto en inversión tecnológica expondrá a los bancos a quebrantos originados en ataques cibernéticos. El aumento en las tasas activas precipitará el crecimiento en el impago de los adeudos, y con ello, muchas micro y pequeñas empresas caerán en cuenta de que mantenerse operando es más caro que cerrar y detener la sangría. Así es, la inminente elevación de tasas; el hacer más rígido el proceso de otorgamiento de créditos, y la disminución unilateral de límites de crédito, particularmente, a través de tarjetas, serán la antesala de una nueva crisis bancaria. No hay duda en cuanto a que esto ocurrirá, sino cuándo empezará.
No es la deducibilidad de pagos por salvamento bancario lo que va a evitar el problema, sino, finalmente, advertir que el verdadero problema y origen de un sistema bancario nocivo ha sido un margen financiero desproporcionado. La diferencia que existe entre tasas activas y pasivas carece de justificación. Sin duda dirán los banqueros que ella es necesaria para soportar las pérdidas provocadas por el deficiente de cobranza. Pero, cuando todo era jauja, y la cartera de crédito parecía sana, también se cobró un desproporcionado margen, siendo éste el verdadero origen de las aberrantes utilidades que ha venido repartiendo el sistema bancario mexicano.
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Hace más de dos décadas, el Banco de México abandonó las normas y regulación de las tasas de interés. Cayeron en el desuso conceptos como encaje legal, coeficiente de liquidez y canalización selectiva del crédito. Se pensó que el sistema había madurado, y que los mercados corregirían todo exceso o abuso, pero no fue así. Vinieron de todas partes del mundo por una tajada del provechoso mercado bancario mexicano, en el que no es usura cobrar con un diferencial claramente desproporcionado e inequitativo. La distancia entre tasas activas y pasivas demuestra lo primitivo y abusivo que es el mercado del crédito en México, así como que no es tolerancia, sino abierta connivencia y complicidad lo que la autoridad reguladora dispensa.
Buscando conjurar una crisis en el sistema de pagos, lo que harán los involucrados es provocarla. Hay bancos que tienen muy claro el proceso, como citibank, que ya se apresta a levantar el vuelo. Los grandes consorcios financieros del mundo se cerrarán a atender sólo a las grandes corporaciones, aquellas que cuentan con capital, operaciones y/o flujo ajeno al volátil mercado nacional. El acceso al crédito será sólo para unos cuantos, y el financiamiento del consumo se convertirá en un dolor de cabeza para los jefes de familia, quienes verán que no sólo se acotan los límites de crédito, sino que se elevan las tasas, al tiempo de que se registran fuertes alzas en el precio de bienes y servicios, dejando, como única salida, el impago.
A finales de los años 80, el Banco de México tomó un rumbo que debió de ser corregido a finales de los años 90. Pero la infundada creencia de que el mexicano había desarrollado una cultura de prudencia en el uso del crédito hará nuevos estragos, dado que no sólo caerán drásticamente las utilidades bancarias, sino que el proceso de cobranza se convertirá en un detonador de inconformidad social.
A las críticas, cuestionamientos y reprobación de la gestión de López Obrador, ahora hay que sumar lo increíble, pasó 6 años sin hacer los obligados ajustes en materia social que el sistema financiero precisaba, para que el abuso de las licencias bancarias no sea, como lo es, un factor de tensión, conducente al enfrentamiento comunitario. Llegó criticando el rescate bancario, y no sólo no implementó normas que evitaran el abuso del financiamiento por parte de quienes administran bancos, sino que puso todas las condiciones para que un nuevo rescate sea necesario, y, como en todo lo demás que nos dejó, éste será más severo y grave que aquel que tanto criticó.
Se coludió con directivos de intermediarios financieros que hicieron en seis años, lo que jamás habrían logrado en un entorno de prudencia, transparencia y legítimo cobro por un servicio. Todos sabemos quiénes son. No es sólo la laxitud en la supervisión, ni el respeto a un margen financiero usurario, sino, además, la canalización de cuantiosos recursos públicos a fondos, instrumentos y mecanismos de inversión de dudosa liquidez y confiabilidad. Esos “cercanos amigos” del mundo financiero que llevaron y trajeron, sin mayor trámite, caudales de soporte electoral, se supone son custodios de fortunas, que hoy, ya son humo. Pronto, tesorerías municipales y de entidades federativas, se quejarán de que los saquearon, y que no hay ni para la nómina. A ello, debemos sumar una ceguera total para incorporar caudales de dudosa procedencia al sistema. El indeseable resultado es sólo cuestión de tiempo. Pocas, bien pocas licencias nuevas se otorgaron. No otorgó concesiones mineras, pero si patentes de corzo. Habrá que ver si con la regla que midió a los rescatados de los 90, se puede medir a los que estimó dignos de la confianza del público usuario.
Todo apunta a que el Banco Central también piensa que el desastre que se avecina no tiene que ver con su indolente y negligente actuación. Será cuando se le deshaga el sistema crediticio en las manos, cuando dé lectura al precepto constitucional que establece su misión, la cual, claramente desconoce.
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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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