La reciente condecoración del gobierno de Bélgica a Bram Govaerts, director general del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), es más que un reconocimiento individual. Es un recordatorio del papel estratégico que México juega en la ciencia agrícola mundial, y de cómo esta institución, con sede global en Texcoco, Estado de México, se ha convertido en un puente clave entre innovación, diplomacia y estabilidad económica en los mercados de alimentos.
El CIMMYT, México y el futuro del maíz y el trigo
El CIMMYT, fundado por el norteamericano y Premio Nobel de la Paz Norman Borlaug, desarrolla semillas de maíz y trigo más productivas y resistentes, y trabaja con agricultores en más de 100 países. Desde México se diseñan tecnologías que ayudan a producir más con menos agua, menos fertilizantes y bajo condiciones climáticas cada vez más extremas. En un contexto donde la seguridad alimentaria es un asunto geopolítico, su importancia sólo crece.
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Pero más allá del mérito científico, el reconocimiento a Govaerts llega en un momento clave para México: uno en el que la relación bilateral con Estados Unidos, la volatilidad de los precios agrícolas y los debates sobre semillas, transgénicos y comercio exterior están en el centro de la agenda bilateral de alto nivel.
El CIMMYT es un actor crucial en la cooperación agrícola entre México y Estados Unidos. La colaboración entre ambos países pasa por muchos canales, pero uno de los más estables y productivos ha sido el científico y el agrícola. En momentos en los que las discusiones comerciales pueden tensarse, como ocurrió con la política mexicana hacia el maíz transgénico o con los capítulos agrícolas del T-MEC, la existencia de una institución científica bilateralmente respetada ayuda a mantener vías de comunicación y cooperación abiertas. Por ejemplo, Estados Unidos financia proyectos del CIMMYT, colabora en ensayos de campo, comparte datos y participa en la creación de variedades resilientes que impactan directamente en cadenas productivas que van de Sinaloa a Iowa.
La productividad del maíz blanco mexicano, por ejemplo, es un tema de interés para ambos países: para México porque sostiene su canasta básica y para Estados Unidos porque afecta indirectamente precios y sustitución entre maíces industriales, forrajeros y alimentarios. La ciencia opera como espacio de coincidencias en un terreno donde la política y los mercados pueden generar tensiones. En ese sentido, el CIMMYT se ha convertido en una pieza diplomática: no hace política exterior, pero crea las condiciones científicas que facilitan decisiones informadas entre gobiernos. En tiempos de polarización y debates ideológicos, esto es invaluable.
El reconocimiento al CIMMYT también llega en medio de cambios profundos en los mercados agrícolas. El maíz y el trigo enfrentan presiones simultáneas:
1. Volatilidad en futuros de Chicago y Kansas: Los mercados internacionales han vivido fluctuaciones fuertes en los últimos dos años por factores como la guerra en Ucrania, sequías severas en Estados Unidos y América Latina, y tensiones logísticas. Aunque en 2024–2025 los precios bajaron desde sus picos históricos, continúan en niveles relativamente altos y con gran incertidumbre. Esto afecta costos de importación, precios al productor y expectativas de siembra en México.
2. Riesgos climáticos crecientes: Fenómenos como “El Niño”, temporadas de calor extremo y sequías prolongadas en regiones productoras han reducido rendimientos y aumentado la vulnerabilidad del maíz y el trigo. México no es la excepción: la sequía de 2023–2024 dejó presas y reservas hídricas en niveles mínimos históricos y presionó la producción nacional.
3. Debates globales sobre semillas: La discusión sobre biotecnología, ediciones genéticas y restricciones a variedades específicas ha generado fricciones comerciales y políticas. En México esto se observó con la regulación sobre maíz transgénico, tema que ha derivado en paneles de consulta dentro del T-MEC.
En este contexto, el CIMMYT cumple un papel que va más allá de la investigación: ofrece alternativas viables para productores que necesitan semillas resistentes a sequía, calor y enfermedades, y tecnologías que reduzcan costos en un entorno de márgenes estrechos.
La distinción otorgada a Bram Govaerts subraya que la investigación agrícola es una inversión estratégica, no un lujo académico. Un país sin ciencia agrícola fuerte es un país vulnerable: paga más por importar alimentos, tiene menos capacidad para enfrentar crisis climáticas y depende de decisiones ajenas sobre semillas, precios y disponibilidad.
El CIMMYT ha demostrado que México puede ser productor de ciencia del más alto nivel. Y esto tiene implicaciones económicas concretas: Primero, mejores semillas y prácticas agrícolas reducen costos de producción. Segundo, mayor productividad estabiliza precios internos. Tercero, menor vulnerabilidad climática reduce riesgo para productores y para el país. Cuarto, mayor autosuficiencia modera el impacto de choques internacionales, entre otros. Además, en el tablero geopolítico actual, donde la seguridad alimentaria es un asunto de seguridad nacional, la presencia del CIMMYT en México da al país una posición estratégica: no solo somos un territorio de producción, sino un nodo de innovación y cooperación.
Si bien México no controla los precios globales, sí participa y define los avances en la innovación. Fortalecer al CIMMYT, y a la investigación agrícola en general, significa proteger a los productores mexicanos, cooperar en estabilizar la canasta básica y participar de manera informada en la relación comercial agrícola con Estados Unidos. En un mundo donde el clima cambia, los mercados reaccionan en minutos y la alimentación se vuelve un tema geopolítico, México no puede darse el lujo de ignorar la ciencia que se produce en su propio territorio. Y ese es el punto más relevante del premio a Govaerts: nos recuerda que la ciencia es una herramienta de soberanía.
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Nota del editor: Rodrigo Aguilar Benignos es Maestro en Política Económica Internacional, consultor basado en Washington, D.C. con más de 25 años de experiencia y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. Ha sido experto regional de la Agencia UNOPS, APCO Worldwide, Richardson Center for Global Engagement y Global Reach. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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