Adaptarse sin romantizar
Los especialistas coincidieron en que no se trata de satanizar lo digital, sino de entenderlo como un entorno que requiere manejo consciente.
“No podemos nadar a contracorriente, la clave está en aprender a gestionar. Así como cuidamos nuestra privacidad, también deberíamos cuidar lo que dejamos como huella digital: las fotos, los comentarios, las personas que tienen acceso a nuestra vida. Todo eso puede influir en cómo transitamos los cambios y pérdidas”, agregó García.
Desde la perspectiva de Díaz, aunque el entorno digital genera nuevas dificultades emocionales, también abre caminos para la atención psicológica. Tras la pandemia, explicó, el uso de aplicaciones y la consulta en línea facilitó el acceso a la salud mental, mientras que en la actualidad se adapta a un contexto donde la vida cotidiana es acelerada y no siempre es posible acudir físicamente a terapia.
“Hoy muchas personas aprovechan un momento libre del día para tener una videollamada con un profesional, sin tener que desplazarse, reagendar por el clima o suspender su proceso terapéutico”, comentó.
Esta tendencia, agregó la tanatóloga, también permitió que más adultos se acerquen a pedir ayuda, mientras que en adolescentes reforzó su ya natural inclinación al entorno digital.
Javier García, por su parte, destacó que incluso las inteligencias artificiales o plataformas digitales dedicadas a la salud mental pueden ser útiles como herramientas de acompañamiento o evaluación. Algunas ofrecen tests basados en biomarcadores o algoritmos que, aunque no reemplazan el diagnóstico clínico, ayudan a los profesionales a identificar posibles focos de atención.
“Es importante que sigamos usando estos recursos de forma crítica y ética, sin sustituir el trabajo humano, pero entendiendo que pueden agilizar diagnósticos y hacer más efectiva la atención”, subrayó García.
Ambos especialistas coincidieron en que la clave está en no oponerse al cambio digital, sino en sumarse a él desde una perspectiva responsable, profesional y empática.