Entre pausas del concierto, astrónomos mexicanos suben al escenario para entrar en su papel de guías del espectáculo. “Hemos pedido a las autoridades que no encendieran el alumbrado público”, comentan, “para poder apreciar la oscuridad”. Explican paso a paso lo que ocurrirá, y la manera correcta de gozar este evento único en la corta vida humana.
Advierten los astrónomos, quienes ya tienen experiencia con esto de los eclipses, que muchas personas pueden sentirse asustadas, pero es normal. “Si tienen ganas de reír, gritar, llorar o abrazar a sus seres queridos, háganlo”. No es un consejo científico, sino humano y tal vez para usarlo más allá de lo que dura un eclipse.
“Van a recordar este día el resto de sus vidas”, dice al micrófono el astrónomo David “Van a recordar dónde estuvieron el 8 de abril de 2024. Le van a contar a sus hijos y nietos.” Una niña pequeña con gafas protectoras, boquiabierta, maravillada porque al sol le hace falta un pedazo. Todavía no sabe por qué recordará este día por siempre.
De repente la luz se hace tenue, pero no es ninguna nube. En la playa de Mazatlán, México, a las 11 de la mañana, hace frío.
4 minutos de oscuridad, frío y amor
“¡Un minuto para el eclipse total!”. La gente grita como si se avecinara la caída más alta en una montaña rusa. En el horizonte de la playa mazatleca se divisa la luz de un amanecer que no está ahí. “¡Ahí va!”, advierten desde el escenario.
Los niños dejaron de jugar en las resbaladillas. Dicen los pequeños que parece un hoyo en el cielo. “¡Hace frío! ¡Mamá, hace frío!”, aclama un infante tomado con fuerza de la mano de su madre.
En el puerto de Mazatlán son las 11:07 a.m., y el sol desaparece. Los gritos de emoción inundan la playa mazatleca. “¡Ya podemos ver el sol!” Es aquí y es ahora. Las personas se retiran sus gafas especiales, apuntan sus dedos y sus teléfonos hacia el cielo. Miran un sol negro, que no volverá a dar la cara a este puerto en 300 años.
“¡Miren esa estrella! ¡Es un planeta!”, dice David el astrónomo desde el escenario, aunque algunos confunden los cuerpos celestes con los drones en el aire. “¡Otro más, a la izquierda!”.
“¡No mames!”, proclama un muchacho. Motivados por el aparente contacto entre la luna y el sol, los amantes, jóvenes y viejos, se besan y se abrazan. Una escena romántica irrepetible, imperdible.
“Sal al patio. ¡Ya puedes, ya puedes!”, dice una mujer al teléfono, sin quitar los ojos del cielo. “¡Ya mamá! Ya puedes”.
Indecisa, la gente saca sus teléfonos sin saber qué grabar: el cielo, el horizonte o sus propios rostros. Todo lo quieren recordar, todo lo quieren imprimir y llevárselo para siempre, pero ninguna cámara es tan poderosa para capturar lo que sus corazones sienten en esos momentos, así que muchos deciden hacer lo mismo que hicieron mexicanos de hace 33 años: mirar hacia arriba, abrazarse y disfrutar el momento.
Hay adultos aquí que vieron el anterior eclipse total en México. En ese entonces, comentan, no eran padres ni abuelos. Sus rostros no tenían tantas arrugas, sus cuerpos eran más fuertes. Están aquí ahora con sus familias, con sus hijos adultos, con sus nietos pequeños. ¿Cuánto ha pasado, cuántas cosas habrán vivido desde la última vez que esta danza celestial ocurrió en tierras mexicanas? No saben si estarán aquí para el siguiente eclipse total. O tal vez sí saben, pero no hay necesidad de decirlo en voz alta. Están aquí, con sus familias, y eso es lo importante.
Vuelve el mismo sol de todos los días
Son las 11:11 de la mañana. “15 segundos para el fin de la totalidad” advierte David al micrófono, y la gente grita para sacar las emociones que les quedan todavía. El espectáculo está por acabar. “Tienen que dejar de mirar cuando yo les dé la señal”, indica David.
Tres, dos, uno… un rayo de sol se asoma de nuevo sobre el puerto de Mazatlán. La gente agacha sus caras, saca de nuevos sus artefactos protectores.
“La segunda parcialidad, de aquí hasta las 12:32 vamos a tener el fenómeno inverso”, explica David. “La luna se va a ir retirando hasta que a las 12:32 volvamos a tener el mismo sol de todos los días. El eclipse haya terminado y tengamos que esperar otros tres siglos para volver a presenciar esto”.
Aplausos, muchos aplausos. Qué espectáculo. Los astrónomos agradecen la presencia, la oportunidad que miles se dieron para compartir este evento. La temperatura sube poco a poco, la playa vuelve a ser una playa. Los niños regresan a jugar. Las familias se toman fotos, se mensajean con sus seres queridos, y sobre el escenario comienza un nuevo show, el único apropiado para la ocasión: concierto de banda sinaloense.
A bailar, a jugar, a regresar al normalidad. Algunos se retiran, regresan a sus hogares, a trabajar, a saciar el apetito. En el resto de la ciudad la gente comenta, pregunta, dónde estuvieron para ver el eclipse.
En estas horas, pero en especial en esos cuatro minutos, Mazatlán se volvió el centro del mundo, con hermanos de diversos países, bañados en oscuridad, luz tenue, y amor.
Y exactamente a las 12:32 de la tarde volvió el mismo sol de todos los días.