Al igual que la región a la que sirve, el BID se encuentra en una encrucijada. Por un lado, necesita superar una crisis de gobernanza que fracturó su tradición de liderazgo basado en el consenso. Pero también debe enfrentar dudas sobre la vigencia de un modelo de negocios que data de la Guerra Fría.
Durante gran parte de su historia, el BID apoyó a gobiernos que priorizaban el financiamiento para infraestructura que ampliara la cobertura de servicios como agua, electricidad y transporte. En el mundo más globalizado y multi-polar de hoy, los países de la región cuentan con múltiples fuentes de financiamiento. Como expresidenta de Costa Rica, sé que lo que los gobiernos más necesitan no es financiamiento barato, sino capacidad para resolver problemas complejos como la baja productividad, el crimen organizado, sistemas educativos y de salud disfuncionales, conectividad digital, y una infraestructura que no resiste los embates del cambio climático.
En años recientes, los ciudadanos de nuestros países han salido a protestar contra la desigualdad, la corrupción, la inseguridad, la mala calidad de los servicios públicos y la falta de oportunidades económicas. Demandan acciones concretas que les permitan conseguir trabajos dignos, alimentar a sus familias, o proveer cuidados a sus niños, niñas y adultos mayores.
En este contexto, el BID necesita un liderazgo capaz de articular una visión unificada para el desarrollo de la región, y de construir alianzas entre la sociedad civil, el sector privado y gobiernos ideológicamente diversos.
Esa visión debería construirse sobre cuatro objetivos: aumentar la inversión público-privada para asegurar el crecimiento económico sostenido; garantizar oportunidades, inclusión y movilidad social mediante programas de protección social e inversión en capital humano; desarrollar economías resilientes que protejan la biodiversidad y se adapten al cambio climático; y acelerar la transformación digital de empresas y entidades públicas.
Lograr estos objetivos requerirá reformas inmediatas que potencien el singular rol del BID como actor regional. En primer lugar, el BID debe liderar esfuerzos coordinados con otras instituciones multilaterales para estabilizar las economías de la región, controlar las presiones inflacionarias y gestionar la deuda externa. Segundo, el Banco necesita aumentar su capacidad de financiamiento y su eficiencia operacional para responder al aumento en la demanda de países miembros (a través del BID) y del sector privado (a través de BID Invest). Tercero, el Banco debe ampliar su inversión en desafíos supranacionales que exigen respuestas regionales o globales, como son el cambio climático, la gestión de la biodiversidad, los flujos migratorios y el desarrollo de infraestructura regional.