Era la parte final de la carrera y Jack Heuer creía que nada se interpondría en su camino para obtener una victoria más, pero llegó el error. El piloto no hizo una lectura precisa del cronómetro de su coche. La carrera estaba perdida y aunque llegó en tercer lugar, esa experiencia lo marcaría. Era 1958 y la obsesión de Heuer por la legibilidad y precisión había nacido.
Ese instante marcó la historia del automovilismo, la aviación y la relojería. El objetivo de Jack Heuer era crear un cronógrafo sencillo y armónico, dos características esenciales para que los pilotos puedan leer la hora de un vistazo, aún en la agitada acción de la competencia.