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OPINIÓN: Si Trump te ofrece un empleo, no lo aceptes

Flynn, Sessions y Spicer se toparon con un vendedor que recurre a tácticas de alta presión, con un olfato de depredador para la debilidad.
jue 27 julio 2017 10:41 AM
En la cuerda floja
En la cuerda floja Trump no deja de socavar a Sessions y lo ha atacado con una avalancha de publicaciones humillantes en redes sociales. (Foto: JIM WATSON/AFP)

Nota del editor: Michael D'Antonio es autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success (editorial St. Martin's Press). Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

(CNN) — El general Michael Flynn llegó en lo que podría considerarse el periodo de preventa, cuando un comprador ávido puede conseguir el mejor precio. Se incorporó desde el principio a la campaña de Trump y se volvió asesor de seguridad nacional del presidente. Jeff Sessions fue otro de los que entraron al principio y fue el primer senador que respaldó a Trump. Lo nombraron fiscal general. Sean Spicer llegó más tarde, pero puso su credibilidad sobre la mesa y ello le valió el cargo de secretario de Prensa de la Casa Blanca.

Hoy, Flynn está en problemas legales luego de que lo obligaran a renunciar tras 23 días en el cargo . Las autoridades le advirtieron a la Casa Blanca que Flynn había engañado al gobierno respecto a sus contactos con los rusos. Spicer, quien acaba de quedarse sin trabajo, se enfrenta a la desgracia profesional porque quemó gran parte de su credibilidad apoyando las incontables mentiras de Trump y porque le pusieron a un jefe nuevo. Para terminar, Trump no deja de socavar a Sessions y lo ha atacado con una avalancha de publicaciones humillantes en redes sociales , tales como "el fiscal general, Jeff Sessions, ha adoptado una postura MUY débil respecto a los delitos de Hillary Clinton".

Aunque cada una de las personas leales a Trump ha sufrido de formas distintas, su experiencia con el presidente de Estados Unidos sigue un patrón. Flynn, Spicer y Sessions eran políticos que no habían podido llegar a las grandes ligas. Entonces llegó Trump con su aire de multimillonario y su avión privado e insistió en que las viejas reglas ya no valían. Les ofreció ascensos repentinos con los que probablemente cumplirían sus sueños de toda la vida. El trato era demasiado bueno como para dejarlo pasar, así que le entraron.

¿Cómo fue que los hombres del presidente, bendecidos con suficiente competencia e inteligencia como para al menos llegar a las grandes ligas, terminaron en tantos líos? La respuesta es que se toparon con un vendedor que recurre a tácticas de alta presión, que tiene un olfato de depredador para la debilidad y el instinto para sacarle provecho.

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A lo largo de su vida, Trump ha demostrado que es un estudiante ávido de la naturaleza humana y que en su opinión, los hombres y las mujeres tienen ciertos motores básicos. En su opinión, la gente, al igual que él, está interesada principalmente en el dinero, el sexo, el poder y la atención. Es un hombre que dice desfachatadamente: "soy muy guapo" y que reconoce abiertamente que es una persona ambiciosa.

En mis encuentros con Trump, dejó claro que creía que yo pensaba igual que él. En cierto punto me halagó por mi apariencia (a pesar de mi barba y mi calvicie) y luego dijo que me beneficiaría si escribiera algo positivo sobre él.

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Si a Trump no le cabe en la cabeza que hay personas a las que no puede comprar con dinero ni halagos, tal vez sea porque estas tácticas suelen funcionar. "Aprovecho las fantasías de la gente", explicó en su libro Trump, el arte de la negociación. "La gente que no siempre piensa en grande se emociona mucho con quienes sí lo hacen".

El método de Trump para emocionar a la gente comienza con una atmósfera adecuada. Cuando era empresario, puso su nombre en grandes letras doradas sobre la entrada de la torre en la que tenía su oficina. Decoró el interior como si fuera una versión hollywoodense de la guarida de un magnate moderno y lo llenó de mujeres que lucen como estrellas de cine, quienes se dirigen a él únicamente como "Sr. Trump". Era lo mejor después de trabajar en el despacho oval y de que te digan "sr. presidente".

Quienes entraban a la torre Trump en busca de oportunidades comerciales o de empleo se enfrentaban con las tácticas clásicas de un vendedor insistente. La cháchara confusa, la manipulación emocional y la camaradería un tanto encantadora se combinaban para lograr que el objetivo bajara la guardia. La honestidad ridícula de Trump en cuestiones como su ambición y su patrón de habla entre torpe y coloquial se combinan para dar una sensación de familiaridad e incluso de tener objetivos en común.

Con los electores, Trump desarrolló una relación basada en una sensación de ira común hacia los políticos (aunque se hubiera vuelto uno). La gente ambiciosa que quería avanzar pensó que Trump ofrecía un posible atajo hacia la cima. No era probable que Flynn, Spicer ni Sessions llegaran a lo más alto por sí solos, pero Trump les dio la oportunidad de volverse superestrellas al instante y por ende, de desafiar a quienes pudieron haberlos considerado políticos de segunda. Tal vez pensaron que el ganar una recompensa tan grande valía arriesgarse a entrar al equipo de un líder que tiene una historia tan tormentosa (bancarrotas, escándalos y mentiras) que la gente sensata, entre ellos varios republicanos tradicionalistas, lo evitaba.

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Los electores solo invirtieron sus esperanzas y una boleta en el presidente Trump. Hay quien probablemente dude de su decisión, pero para la mayoría de las personas, la política no es lo único que les importa. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de quienes se dejaron llevar por un presidente que aparentemente exige lealtad (a nivel personal) como condición para contratarlos.

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Parece que Trump reconoció que despidió a James Comey porque estaba comprometido con una investigación imparcial sobre la campaña de Trump y sobre la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016. Comey declaró que Trump dijo: "Necesito lealtad. Espero lealtad" . Comey, cuyo compromiso con la Constitución era evidentemente más grande que su compromiso con Trump, no estuvo a la altura de las exigencias y pronto lo despidieron.

¿Por qué Comey prefirió al sistema que al hombre? Lo más probable es que lo que lo mueve no sea lo que Trump asume que mueve a la gente para alcanzar el éxito. Como servidor público, Comey no ganaba mucho dinero, al menos no según los estándares de Trump; tampoco le interesan mucho los halagos sobre su apariencia. Tenía poder, pero era el poder del cargo, no del hombre. Al final, Comey era como un cliente potencial que opone resistencia en todo encuentro con alguien que quiere venderle algo. En términos simples, su resistencia estaba tan desarrollada que ninguna de las tácticas de alta presión de Trump funcionó.

Para tener una idea mejor de qué tan diferente es Comey de los hombres que han sufrido en sus tratos con Trump, piensen en lo mucho que comprometieron para hacer que sus acuerdos funcionaran. Flynn ansiaba tanto ser asesor de seguridad nacional de Trump, particularmente después de que Obama lo despidiera, que se arriesgó a omitir información clave en su documentación gubernamental. Spicer ansiaba tanto el podio de la sala de prensa del ala oeste de la Casa Blanca que no dudó en respaldar las mentiras del presidente hasta quedar como un hazmerreír. Sessions (a quien ningún otro presidente habría nombrado fiscal general) ama tanto su trabajo que ha tolerado las constantes críticas públicas de Trump. Ellos son la confirmación de las peores suposiciones de Trump respecto a la naturaleza de los hombres ambiciosos.

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Anthony Scaramucci, el hombre que causó que Spicer renunciara, es un supervendedor y se dejó envolver voluntariamente en el oropel de Trump. Debutó con tal despliegue de afecto por su nuevo jefe que da la impresión de que no le ofrecieron trabajo, sino un lugar en la familia Trump. Sin embargo, Scaramucci es rico por méritos propios y es muy hábil para llamar la atención por su cuenta, así que tal vez no necesite la gloria que aporta la Casa Blanca. Con esas dos cualidades, tal vez dure más que cualquier otra persona que hubiera aceptado el trabajo porque lo necesitaba en serio.

Hace poco comenzaron a circular los rumores de que el secretario de Estado, Rex Tillerson, no está contento con la conducta de Trump. Tillerson se parece más a Comey que a Flynn: ya era una estrella (como director ejecutivo de Exxon) cuando Trump lo reclutó. Ha tenido grandes logros y tiene confianza, no necesita el trabajo por dinero ni para satisfacer a su ego. Por estas razones, es probable que se vaya incluso antes que Sessions.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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