Ahora sabe que su respuesta fue la correcta. Su jefe no buscó a otro profesionista con un perfil más alineado a las finanzas, en lugar de ello le sugirió asumir el riesgo, estudiar un diplomado y aprender sobre la marcha. Y así lo hizo.
“Se me abrió un mundo de posibilidades. Me di cuenta de que la carrera te da una manera de resolver los problemas que están enfrente de ti, pero si tienes las ganas y la disposición de aprender puedes hacer otras cosas, obviamente con altas probabilidades de fallar, pero con la posibilidad de volverlo a intentar”, dice.
Durante nueve años, Bravo se encargó de llevar los presupuestos de todas las divisiones de negocio que tenía la firma estadounidense en el país. En ese momento, Monsanto era más pequeña que ahora y la oficina en México se dedicaba a la importación y reventa de productos que eran investigados y producidos en Estados Unidos.
La primera renuncia llegó. “Yo tenía claro que necesitaba estudiar algo que redondeara mi perfil porque mi idea desde un principio fue tener un negocio propio o una posición de director general, así que renuncié y me fui a estudiar un MBA a la Kellogg School of Management, en Chicago”, cuenta.
Ahí conoció la importancia que tiene el networking en el mundo empresarial, también que el mundo corporativo está lleno de grandes mentes con las que se puede llegar más lejos en conjunto que yendo en solitario. Bravo asegura que sus estudios de posgrado avivaron en él las ganas de emprender, no obstante, tras egresar, sus recursos económicos eran limitados.
“Y regresé a Monsanto”, apunta. Para ese entonces, la multinacional abrió una división de negocio enfocada en agricultura y el puesto disponible era para trabajar en el área de marketing en Costa Rica, llevando la parte agrícola de la compañía para Centroamérica y el Caribe.
Bravo se decantó por la posibilidad de vivir fuera de México. Además, su esposa había sido promovida para llevar las ventas de Dupont, empresa competidora, a nivel Centroamérica. El directivo recuerda esta época como increíble, ya que por primera vez en su carrera profesional tuvo un acercamiento con agricultores y productores de diversos cultivos, además, su relación de pareja se fortaleció más al empezar de cero en un país ajeno al suyo.
La segunda renuncia ocurrió en el 2000. Ya con capital en el bolsillo, Bravo cofundó una startup de compra venta de autos usados y refacciones, similar al Kavak de hoy, pero 20 años atrás, dice. Se mudó a Miami con la intención de que su negocio, que inició en México, fuera llevado al mercado brasileño, argentino y estadounidense. Pero, a pesar de que logró algunas fusiones, el negocio no prosperó.
Cuando la startup estaba por quebrar, Monsanto abrió una división de semillas con biotecnología y lo buscaron para liderar el área de marketing y planeación de este negocio en México. Para Bravo, este momento de su vida fue clave en su carrera, ya que por un lado aprendió que el foco comercial de una compañía tiene que estar en balance con una cultura organizacional saludable. Y, por el otro, que Monsanto no le cerraría las puertas.
“Jugamos en las grandes ligas, sin estar en ellas. La experiencia de la startup duró año y medio, no nos hicimos millonarios, pero tampoco perdimos dinero. Lo que sí es que ganamos mucho aprendizaje, y este aprendizaje me ayudó a ocupar otro puesto en la compañía”, comenta.
Por cuatro años, el ejecutivo se dedicó a hacer investigación y lanzamiento de nuevos productos. Monsanto compró tres marcas de semillas y su trabajo consistió en posicionar a cada una de ellas, sin que se canibalizaran entre sí.