Pemex ya no es el gigante que impulsó las finanzas nacionales y llevó al país al boom petrolero en la década de los 80. Basta echar un vistazo a su deuda o a sus ventas. Pero en la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, la visión es distinta y continúa depositando en la estatal la principal promesa de crecimiento de la economía nacional, aun después de la emergencia sanitaria que derrumbó el precio del petróleo, llevó la demanda de combustibles a su punto más bajo en décadas y arrastró a la compañía a su peor crisis financiera.
Desde que inició el sexenio, el presidente López Obrador ha mantenido un férreo discurso que defiende lo que denomina el “rescate” de la Comisión Federal de Electricidad y de Pemex. La premisa no ha cambiado aun con la irrupción del coronavirus, que llevó a un gran número de petroleras a bajar el nivel de producción o cerrar algunas de sus refinerías y disminuir la extracción de crudo, ya que los bajos precios mermaron la rentabilidad de la actividad, considerada la más redituable del sector.
Pero la compañía que dirige Octavio Romero Oropeza no cambió su estrategia. Siguió, sin bajar el ritmo, la construcción de la refinería Dos Bocas, optó por dar continuidad al plan de mantenimiento del resto de los complejos de refinación e incrementar su uso y bajó marginalmente los niveles de producción de crudo, principalmente, por un forzado acuerdo con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).