"Hoy estamos enviando un mensaje. Damos 10 días (...) y si (el gobierno) no satisface nuestras reivindicaciones, vamos a endurecer nuestro movimiento", afirmó a la AFP el estudiante Mohammed en la plaza Tahrir.
El 1 de octubre, una revuelta inédita por su espontaneidad y su amplitud estalló en Irak, provocando la peor crisis social de su historia reciente.
El movimiento de protesta que reclamaba la reorganización completa de una clase dirigente que consideraba corrupta se debilitó después de haber sido reprimido con sangre, con más de 550 muertos, y las medidas adoptadas por las autoridades frente a la pandemia de COVID-19 lo hicieron prácticamente desaparecer.
Al Kazemi sustituyó al que hasta entonces había sido primer ministro, Adel Abdelmahdi, que tuvo que dimitir a finales de noviembre por la presión de las calles tras casi dos meses de protestas contra la corrupción, el desempleo y el sistema político sectario.
La formación del gobierno de Mustafa al Kazemi se comprometió el sábado a liberar a los manifestantes detenidos, convocar elecciones anticipadas y justicia e indemnizaciones para los familiares de los muertos y heridos.
Jóvenes lanzaron piedras y cócteles molotov a los policías que respondían con cañones de agua y gases lacrimógenos y bloqueaban el puente que separa la plaza Tahrir y la zona verde de Bagdad, sede de las autoridades iraquíes. Según una fuente médica, 20 manifestantes sufrieron problemas respiratorios.
También se produjeron enfrentamientos en Nasiriya y Kut entre centenares de jóvenes manifestantes y policías que disparaban gases lacrimógenos.
Durante las manifestaciones, de forma frecuente y repetida, ha habido asaltos de sedes de milicias chiíes y otros grupos políticos considerados "desleales" a la revolución popular o que han estado involucrados en ataques armados contra los propios manifestantes.
Con información de EFE y AFP