"Evidentemente, es coherente pensar que las élites chinas se alegren de que Estados Unidos se debilite, pues es su gran rival".
Además, se frotan las manos ante las divisiones occidentales.
"Uno de los objetivos estratégicos de Beijing es debilitar la Alianza Atlántica, que emprendió un viaje a la deriva bajo la administración Trump", destacó Theresa Fallon, directora del Centro de Estudios Rusia-Europa-Asia (CREAS) de Bruselas.
Contrastes
Desde la llegada al poder de Donald Trump, en enero de 2017, su homólogo chino, Xi Jinping, ha tratado de proyectar la imagen de dirigente responsable, defendiendo el libre comercio en Davos, para beneplácito de los círculos de negocios, irritados por el proteccionismo que enarbola el presidente estadounidense.
Más recientemente, Xi se ganó los elogios internacionales al anunciar que su país, el más contaminante del planeta, empezaría a reducir sus emisiones de CO2 antes de 2030, en contraste con la postura de Washington, que denunció el acuerdo de París sobre el clima.
Y mientras que Donald Trump anunció la retirada de Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Xi Jinping prometió que haría de una eventual vacuna china contra el COVID-19 "un bien público mundial".
Pero, al final, "la relación podría mejorar si Estados Unidos controla rápidamente la pandemia y si China compra más productos" estadounidenses, como se comprometió a hacer a principios de año, vaticinó el politólogo Zhu Zhiqun, de la Universidad Bucknell de Estados Unidos.