"Nos echaron como perros (del terminal donde trabajaba), como basura, como si no valiéramos nada en el país y no tengo una profesión para mantener a mi familia", cuenta la mujer a la AFP.
Entre el miércoles 13 de enero y el viernes 14 de enero, más de 9,000 hondureños entraron a Guatemala, luego de romper los cordones de seguridad apostados en El Florido, un punto fronterizo entre Honduras y Guatemala.
El domingo, el gobierno de Guatemala frenó a bastonazos y gas lacrimógeno el paso de miles de migrantes hondureños. El pretexto fue evitar la propagación del COVID-19, detectado en una veintena de los participantes de la caravana.
Los migrantes fueron repelidos con gases de la policía y aporreados con palos por militares en una carretera del poblado de Vado Hondo, en el departamento de Chiquimula, fronterizo con Honduras, país que protestó por la violencia usada contra sus ciudadanos.
Dixón Vázquez, de 29 años, hondureño originario de La Lima, suplicó a las autoridades guatemaltecas que los dejen seguir.
"No tienen corazón, estamos arriesgando la vida, no hay trabajo en Honduras", comentó.
Una crisis económica agravada por los huracanes y el COVID-19
Vázquez tiene razón. El desempleo en Honduras se ha intensificado durante la pandemia de COVID-19 y la destrucción que dejaron los huracanes Eta e Iota durante noviembre de 2020. Esto, sumado a la violencia de las pandillas, ha expulsado a miles de hondureños camino a Estados Unidos.