Necesidades gigantescas
Se trata de las segundas presidenciales desde que el 2011 comenzó una guerra en la que participan numeroso beligerantes y potencias extranjeras. Iniciado con la represión de las protestas prodemocráticas en el marco de la Primavera Árabe, el conflicto ha dejado más de 388,000 muertos y ha llevado al exilio a millones de sirios.
Según los registros, el país cuenta oficialmente con un poco menos de 18 millones de electores. Pero con la fragmentación del país por la guerra y el exilio de millones de personas, el número de votantes es en realidad más bajo.
En un país con la economía destrozada y las infraestructuras en ruinas, Bashar al Asad se presentaba como el hombre de la reconstrucción, tras haber encadenado batallas militares con el apoyo de Rusia e Irán, sus aliados fieles, y haber recuperado dos tercios del territorio.
En una Siria polarizada por la guerra, las regiones autónomas kurdas del noreste van a ignorar los comicios, al igual que el último bastión yihadista y rebelde de Idlib, en el noroeste, donde viven unos tres millones de personas.
La ley electoral exige que los candidatos hayan vivido en Siria diez años consecutivos antes de los comicios, por lo que quedaron excluidas de facto las figuras de la oposición en el exilio, muy debilitada. Su principal coalición denunció que los comicios eran una "farsa".
"Sus opiniones no valen nada", lanzó esta semana Al Asad, aludiendo a los países occidentales, que habían considerado que las elecciones no eran "ni libres ni justas".
Los comicios tuvieron lugar en pleno marasmo económico, con una depreciación histórica de la moneda, una inflación galopante y más del 80% de la población viviendo en la pobreza, según Naciones Unidas.
Siria, como el propio Asad, es objeto de sanciones internacionales. Y las necesidades para la reconstrucción son gigantescas.
Un reciente informe de la organización World Vision cifra en más de 1.2 billones de dólares (un poco más de 1 billón de euros) el costo económico de la guerra.
Con información de AFP y EFE