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¿Cómo la exploración espacial pasó de los Estados a manos privadas?

La industria de los viajes espaciales se ha convertido en un negocio millonario de la mano de empresarios tan famosos como Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson.
vie 26 noviembre 2021 05:04 AM
El actor de Star Trek William Shatner durante la misión NS-18 del New Shepard de New Origin.
El último viaje del New Shepard de Blue Origin ganó mucha atención mediática gracias a que llevaba a bordo al actor William Shatner, el capitán Kirk de la serie Star Trek.

El lanzamiento a mediados de octubre del cohete New Shepard de la compañía Blue Origin de Jeff Bezos — el billonario dueño de Amazon— capturó kilómetros de cobertura de prensa en diarios, internet y televisoras gracias a la presencia a bordo del actor William Shatner, el capitán Kirk de la serie Star Treck, uno de los programas que puso la exploración espacial en la consciencia colectiva.

Más allá del brillo de celebridades que adorna estos vuelos, pocos han destacado algo que está ocurriendo: ya está aquí la industria de los viajes espaciales comerciales, un puente entre la vieja y la nueva economía y un negocio de billones de dólares.

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Un negocio privado apoyado con fondos públicos

Hasta la irrupción de Bezos y de los otros dos magnates que están apostando a este mercado —Elon Musk, de Tesla, con SpaceX, y Richard Branson con Virgin Galactic—, las facturas de los viajes espaciales eran básicamente solventadas por dinero estatal.

La agencia espacial estadounidense NASA, por ejemplo, se solventó con alrededor de 22,600 millones de dólares del presupuesto federal para el año fiscal 2020. Citado por el diario USA Today, el director de la División de Vuelos Espaciales Comerciales para Exploración y Operaciones Humanas de la NASA, Philip McAlister, dijo que poner un astronauta de la agencia en órbita cuesta 58 millones de dólares.

El capitán Kirk voló al espacio, a bordo de un cohete de Blue Origin

Por ahora, los vuelos de SpaceX o Blue Origin apenas llegan al límite de la atmósfera de la Tierra y duran pocos minutos, por lo cual el costo de los pasajes para los civiles que quieren ver el planeta desde una docena de kilómetros de altura cuestan relativamente baratos.

Según distintas versiones y ocasiones, subirse al New Shepard puede salir entre 250,000 y 500,000 dólares.

Los ingresos de SpaceX, sin embargo, se apoyan en gran parte en la NASA, precisamente. A pesar del masivo volumen de fondos que recibe de Washington, la agencia ya no es el mamut de los años 70 —por caso, ya no cuenta con vectores para lanzar naves al espacio— y debió comenzar un proceso de tercerización.

Un reportaje de la revista The New Republic apuntó recientemente que la NASA alcanzó un acuerdo con Musk para utilizar los cohetes de SpaceX por alrededor de 2,600 millones de dólares en seis viajes de ida y vuelta.

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Por otro lado, se estima que, desde que retiró los transbordadores espaciales, la agencia espacial norteamericana paga 80 millones de dólares por cada asiento en la nave rusa Soyuz.

Esta revolución privatista impulsada por la transformación de la NASA y la aparición de empresarios como Musk, Branson y Bezos le aplicó un empujón dramático al negocio de la exploración espacial civil. Ya dejaron de ser un sueño de ciencia ficción el carguero “Nostromo" de la película Alien o el crucero que Arnold Schwarzenegger aborda para viajar a las colonias en Marte.

Seguramente falta bastante para que existan esos cargueros o esas colonias, pero la tecnología para construirlas y mantenerlas ya está en marcha.

Oxígeno para los vuelos

En septiembre de este año, por ejemplo, la empresa japonesa de robótica ispace firmó un acuerdo con la firma israelí Helios, que se dedica a la producción de oxígeno a través de un particular proceso de electrólisis que puede funcionar a partir de ciertos elementos en el suelo de la Luna.

El énfasis en el oxígeno se debe no solamente a la evidente necesidad de ese elemento para que respiren los astronautas, sino también a su uso vital en el proceso de propulsión de los cohetes.

Si los expertos de Helios, o de otra empresa, logran aplicar la técnica de electrólisis —que se utiliza, por ejemplo, para separar oxígeno e hidrógeno en el agua— al suelo de la Luna, la industria de la exploración espacial quedaría a punto de romper la "tiranía de las ecuaciones de los cohetes" que atora los números a la hora de calcular un lanzamiento.

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Se trata del concepto que limita el alcance de los vuelos espaciales. Hacer despegar un cohete desde la Tierra hasta la Luna requiere de grandes cantidades de combustible especial, y si se coloca en la nave una carga mayor de oxígeno para permitir misiones más largas, el cohete necesitará todavía más combustible.

Y si se carga más combustible, el cohete pesará todavía más y necesitará… más combustible, haciendo los costos y la viabilidad técnica imposibles.

La instalación de una base lunar con tecnología capaz de producir oxígeno a partir del suelo del satélite sería la llave para destrabar ese dilema. Eso permitiría que las naves salgan más livianas desde la Tierra y se puedan organizar lanzamientos desde la Luna a, por ejemplo, Marte.

Con base en el acuerdo, los equipos de Helios viajarán a la Luna en la segunda y la tercera misiones que están preparando desde la firma japonesa. Los directivos de ispace parecen hablar en serio cuando advierten que "la vida en la Tierra en el futuro no será sostenible sin una infraestructura espacial" fija.

"Las comunicaciones, la agricultura, el transporte, las finanzas, la sostenibilidad ambiental, así como una variedad de industrias, dependerán de esta infraestructura extraterrestre", aseguran estos productores de vehículos y robots para superficies de otros planetas.

Es difícil discutir la certeza de que este enorme negocio extraterrestre se está acercando muy rápido. Pero, mientras tanto, ¿cómo sobreviven estas ambiciosas empresas?

La firma japonesa, por ejemplo, está llevando adelante varias rondas de recolección de capitales, y también firma acuerdos con gigantes como Airbus para "explorar usos futuros de los recursos lunares naturales".

Los israelíes, por su lado, están desarrollando "aplicaciones terrestres para producir hierro y silicio" en nuestro planeta "con cero emisiones de carbono", le explicó a Expansión uno de los fundadores de Helios, Elad Geffen.

Poniendo perspectiva a esta nueva industria, Geffen señala que el modelo extraterrestre de Helios "es vender oxígeno y metales en la Luna, Marte y en la órbita terrestre, un negocio que se realizará sólo a finales de la década".

La industria, añadió, crecerá "gradualmente en las próximas dos décadas a medida que se desarrollen infraestructuras permanentes en la superficie lunar y en el espacio entre nuestro satélite natural y la Tierra".

"A medida que la demanda crezca, más y más empresas participarán en la cadena de valor para proporcionar energía, materiales, consumibles, servicios de fabricación, comunicaciones, transporte, prospección y más", estimó.

Entretanto, en el desierto del Negev, en el sur de Israel, un programa internacional organizado por el Austrian Space Forum (OeWF) montó una "base marciana" donde un grupo de "astronautas analógicos" simuló lo que podría ser la vida en una base en el planeta rojo.

La organización del experimento difundió una serie de impactantes fotografías de los habitantes de la "base" con futuristas trajes espaciales y vehículos de transporte adaptados al duro terreno rocoso de un cráter natural de la zona donde se montaron los módulos "marcianos".

Una cápsula más de SpaceX regresa a salvo a la tierra con cuatro astronautas

Como las aerolíneas en el siglo XX

En el OeWF, una red de expertos en asuntos aeroespaciales que impulsa en la opinión pública la idea de la exploración extraterrestre, creen que ya es tiempo de empezar a prepararse para la vida en Marte, y fuera del planeta en general.

Por ahora, mientras se espera llegar a Marte, "los viajes y la exploración espacial ya son un negocio viable", le dice a Expansión el presidente del Austrian Space Forum, Willibald Stumptner.

El directivo destacó que, por ejemplo, "cientos de personas esperan desde hace años para hacer vuelos semi-balísticos con Virgin Galactic y Blue Origin, y ya han pagado adelantado".

Si se compara este fenómeno con la situación de las aerolíneas en la década del 20 del siglo pasado, se puede pensar que los viajes espaciales podrán ser económicamente accesibles para gran parte de la población humana en unos cincuenta años, especuló el jefe de la OeWF.

Para Stumptner, los obvios ganadores en los nuevos negocios de esta industria son las empresas de aviación, que "tienen experiencia en la construcción de cualquier cosa que vuele, en el aire o el espacio".

"Lo que veremos mucho más en el futuro será la participación de nuevas startups en la industria del turismo espacial y el entretenimiento", continuó Stumptner, según el cual "las grandes empresas de la industria pesada están también en stand-by esperando a que los recursos espaciales y la minería de asteroides estén disponibles”.

Alimentar al espacio

Las posibilidades, como el espacio, son infinitas, y se pueden extender a sectores difíciles de asociar con los viajes extraterrestres. Pero algunos experimentos ya están consolidados y muestran que es una realidad, por ejemplo, cultivar verduras en órbita.

Durante una reciente entrevista en video, la astronauta estadounidense Jessica Meir contaba con total naturalidad cómo cultivaron lechugas a bordo de la Estación Espacial Internacional en condiciones de gravedad cero. "Esto es importante para cuando tengamos que construir sistemas sostenibles de alimentación cuando volvamos a la Luna —afirmó—, y salgamos a Marte, adonde no podremos cargar todo con nosotros".

Al final del experimento con los vegetales, "nos dimos el gusto de una rica ensalada" a bordo de la nave espacial, bromeó Meir.

La cuestión de la comida será otra mina de oro para las empresas que incursionen en el negocio de los viajes fuera del planeta. Ya existen compañías que se encargan de preparar los alimentos especiales para astronautas, pero siempre en la Tierra.

"Actualmente, incluso los alimentos utilizados en la Estación Espacial Internacional se producen y procesan en la Tierra", y luego se llevan al espacio, dijo el ministerio de Agricultura de Japón a fines de octubre cuando lanzó una convocatoria a compañías dedicadas a tecnologías regenerativas.

Previendo que pronto comenzarán a desarrollarse "actividades espaciales tripuladas sostenibles a largo plazo" en nuestro satélite natural, en Marte o en "otra parte del universo, existe una necesidad de alimentos que mejore drásticamente la calidad de vida en lugares cerrados y pueda producirse de manera eficiente en la Luna o en cualquier otro lugar", advirtieron desde Tokio.

Es más, completó el ministerio, "nosotros asumimos que el sitio de producción de alimentos se instalará sobre una base lunar y deberá estar equipado con elementos como un control ambiental óptimo, equipos de trabajo automatizados, así como tecnologías de cultivo de tipo cerrado que maximicen la capacidad de producción".

Una realidad a la vuelta de la esquina que contrasta con las simpáticas ficciones del siglo pasado como la que se puede ver en el filme "Silent Running", de 1972, la historia de un botánico en una misión espacial encargada de reproducir en la Luna los cultivos de vegetales extinguidos en un planeta Tierra post-apocalíptico.

En la escena final, con los astronautas ya muertos a través del filme, un robot pequeñito que sobrevivió a la odisea aplica agua a las plantas de un huerto utilizando una regadera de metal, de las que ya ahora son vintage. Una "tecnología" a años luz de las naves de Musk y Bezos.

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