En solo dos días, el 4 y 5 de abril pasados, las entradas para asistir a los conciertos de las bandas Camila y Sin Bandera en el Poliedro de Caracas se agotaron. Ante semejante demanda por tickets con valores que van desde 60 a 5,000 dólares, la empresa productora debió programar nuevas fechas de recitales en la capital venezolana. La oleada de público también promete repetirse en los próximos meses con los shows de Cristian Castro, los colombianos Piso 21 y Fonseca, y los puertorriqueños Kany García y Cultura Profética.
Venezuela deja atrás la hiperinflación, pero no la crisis social
El súbito interés por los conciertos en Venezuela está siendo impulsado por dos factores concurrentes: por un lado, por primera vez luego de seis años arriban al país artistas internacionales; por el otro, un segmento de la población empieza a percibir una mejora de su poder de compra. Ese cambio de escenario, tras una crisis económica que parecía interminable, puede ser resumido en una sola variable: después de casi cinco años, Venezuela logró salir de la hiperinflación.
En enero pasado se cumplieron doce meses con índices de inflación por debajo del 50% mensual. De hecho, en marzo el registro fue del 1.4%, el más bajo desde agosto de 2012, según el Banco Central de Venezuela. Si bien otras mediciones realizadas por entes independientes muestran un nivel mayor para ese mes, la tendencia a la baja es clara.
De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) —una organización sin fines de lucro que dirigen dos excongresistas de oposición—, Venezuela registró en marzo una inflación del 10,5%, con lo que el acumulado del primer trimestre asciende al 17.8%. Esas cifras están muy lejos del record de 130.060% anual registrado en 2018.
La brusca caída de la inflación y la recuperación del poder de compra de al menos una porción de la población representan una bocanada de oxígeno para el gobierno de Nicolás Maduro, quien continúa culpando de la crisis de los últimos años a una supuesta guerra económica en su contra.
Adiós al “Socialismo del siglo XXI”
Sin embargo, lejos de esas teorías conspirativas, la desaceleración de la inflación responde a medidas concretas adoptadas en los últimos años, políticas que están cada vez más alejadas de los dogmas repetidos por el chavismo durante dos décadas.
“Los principios del Socialismo del Siglo XXI que construyó (Hugo) Chávez están ahorita tirados en el cesto de la basura”, dice José Guerra, economista e integrante del Observatorio Venezolano de Finanzas, en Caracas. “El presidente y sus funcionarios continúan repitiendo esas tonterías en sus discursos, pero en la práctica las causas que llevaron a la desaceleración de la inflación no tienen nada que ver con esa retórica”.
De hecho, un factor clave para frenar el alza de los precios es la creciente dolarización de la economía venezolana. Lejos de los tiempos en que el dólar era demonizado por el chavismo, en los últimos tres años el gobierno de Maduro ha venido dando luz verde al uso de la divisa estadounidense incluso para las transacciones en las pequeñas tiendas.
De acuerdo con la consultora Ecoanalítica, 60% de los pagos en los comercios se hace con dólares, lo que permite anclar un valor real para ser usado como referencia de los precios. A eso se sumó un fuerte ajuste fiscal y monetario.
“El gobierno se volvió mucho más conservador en términos fiscales: redujo el déficit fiscal del equivalente al 25% del PIB hace tres años al 7% en la actualidad”, dice el economista Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica, en Caracas.
En tanto, en materia monetaria, luego de la última reconversión en la que se le quitaron seis ceros al devaluado Bolívar —la divisa venezolana—, el gobierno logró anclar el tipo de cambio con una política de altos encajes bancarios, esto es, el porcentaje de depósitos recibido por cada entidad financiera que no puede ser prestado.
“Los encajes llegaron hasta el 100%, con lo que no había crédito bancario, y sin eso, no hay dinero para comprar dólares”, dice Guerra. “Eso tuvo un costo altísimo en términos de recesión, pero sirvió para estabilizar el tipo de cambio”.
En paralelo a la adopción de esas políticas, el gobierno comenzó a levantar las restricciones cambiarias a partir de 2019, año en que se intensificaron las sanciones comerciales impuestas por Estados Unidos. Dado que el gobierno, la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) y el Banco Central no pueden operar con bancos internacionales de Estados Unidos ni de Europa, parte de las exportaciones están siendo cobradas en dólares en efectivo.
“Aproximadamente unos 80 millones de dólares por semana se asignan a la banca para que se los vendan a sus clientes”, dice Guerra. “Para una economía que se empequeñeció tanto en los últimos años, esa cantidad de dólares permitió estabilizar el tipo de cambio y, con eso, fue bajando en forma gradual y sostenida la inflación”.
Una mejora solo para pocos
La desaceleración de la inflación y el relajamiento de los controles vienen impulsando una tenue pero perceptible mejora del escenario económico comparado con la catástrofe de los últimos años.
Esa recuperación no solo se refleja en la alta demanda para asistir a shows de artistas internacionales, sino también en la irrupción de los llamados “bodegones”, tiendas de productos importados que se multiplican por Caracas.
“Es una economía que estaba prácticamente en el pozo y que empieza a mostrar signos de recuperación en algunos sectores”, dice Oliveros. “Pero todavía es una recuperación insuficiente, débil y focalizada en el sector comercial ligado a alimentos, medicinas, servicios y tecnología”.
Con todo, la mejora empieza reflejarse en los niveles de actividad. En 2021, el PIB de Venezuela rebotó un 7% y para este año también se espera una nueva alza de la mano de la suba de los precios internacionales del petróleo y de un leve incremento de la producción de crudo.
Las proyecciones de expansión del PIB para 2022 van desde el 5% de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) —la proyección más alta para los países sudamericanos— hasta el sorprendente 20% del banco de inversión Credit Suisse. Se trata de una recuperación tras la caída de la economía a niveles subterráneos: entre 2013 y 2020, el tamaño del PIB de Venezuela se contrajo un 70%.
El problema es que, aún con ese cambio de escenario, el alivio está muy lejos de ser percibido por la gran mayoría de los venezolanos. Según el Observatorio Venezolano de Finanzas, el salario promedio del sector privado fue de 101 dólares en el primer trimestre de este año. En tanto, de acuerdo a un estudio realizado por Ecoanalítica, en enero pasado el 52% de los venezolanos percibía ingresos de entre 1 y 100 dólares, y otro 30%, entre 101 y 300 dólares.
Son ingresos claramente insuficientes frente a una canasta básica de alimentos para una familia de cinco personas que en marzo pasado alcanzó un valor de 471.16 dólares, de acuerdo a datos del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros.
En cualquier caso, el fin de la hiperinflación y del desabastecimiento generalizado fortalece al gobierno de Maduro, más aún en un contexto de fragmentación de la oposición. Esa mayor cuota de poder amenaza con profundizar los rasgos autoritarios y represivos del régimen.
Organizaciones defensoras de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch vienen denunciando graves casos de tortura contra quienes se encuentran detenidos arbitrariamente en sedes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) y la ONG Foro Penal afirma que hay 240 presos políticos en el país.