OPINIÓN: Trump, un desprestigio mayor para el (des)gobierno mexicano
Nota del editor: Horacio Vives Segl es Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Belgrano (Argentina). Es profesor del Departamento Académico de Ciencia Política del ITAM y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.
(Expansión)— El 31 de agosto de 2016 pasará a la historia como el día bisagra en el que México cambió el principio de no intervención en asuntos político-electorales en la relación, siempre compleja, entre México y Estados Unidos. La visita que realizó a México en días claves de la campaña por la presidencia de los Estados Unidos, el candidato del Partido Republicano, Donald Trump. ha resultado el evento que ha generado el repudio más furibundo y unánime en nuestro país. Lo cual no es menor, considerando el racimo de decisiones poco estratégicas —y erráticas—, que ha tomado el gobierno mexicano.
Cuando a mediados del año pasado Donald Trump anunció su interés por buscar la nominación republicana a la presidencia de su país, el anuncio fue visto como una ocurrencia más del estrafalario magnate. Tal vez una maniobra publicitaria para diversificar sus negocios. Pero poco a poco se fue imponiendo uno a uno a sus rivales y ganando en las internas estatales de su partido. Se salió del guion de lo políticamente correcto: hizo del discurso de odio y de exclusión el motor de su campaña. Y como temática principal, el desprecio por los migrantes, específicamente los mexicanos, a quienes no ha parado de descalificar como criminales, violadores, narcotraficantes y demás racimo de insultos.
En aquel inicio, el gobierno no hizo absolutamente nada. Tampoco era claro que tenía que hacerlo. Pero cuando la envestida trumpista arreció —hizo del ataque a México el leitmotiv de su campaña, al anunciar como punto culminante, la promesa de hacer pagar a nuestro país por la construcción de un muro en la frontera sur de la Unión Americana—, el gobierno mexicano empezó a tomar cartas en el asunto. O al menos, eso fue lo que argumentó al cambiar de embajador de México en Washington. Sin embargo, la sorpresiva sustitución de Miguel Basáñez por Carlos Sada, al menos en ese punto, no tuvo ningún efecto. Hasta que llegó la decisión más absurda del sexenio.
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El gobierno mexicano en campaña… del Partido Republicano
Fue así que el gobierno mexicano decidió que tenía que salir de su marasmo y que debía intervenir ante la amenaza de Trump. Entre la astucia política y la candidez diplomática, elegió la segunda opción. En una decisión absurda, invitó en igualdad de circunstancias a los dos candidatos presidenciales norteamericanos a venir a México. Eso, en lugar de articular una estrategia política con sus potenciales aliados contra Trump: el presidente Obama y la candidata de su gobierno y su partido, Hillary Clinton. Cuando en el búnker republicano recibieron la invitación para que el impresentable candidato viniera a México, seguramente festejaron en grande y no dieron crédito de la oportunidad tan fantástica que el presidente mexicano les dio para seguir pisoteando al país.
En medio de la profunda impopularidad que enfrenta el presidente mexicano, se pudiera entender el intento de hacer una maniobra tan arriesgada como para traer a Trump a México y tratar de sacar un buen resultado político de ello. La única manera en la que podía salir bien librado era acordar una declaración del candidato en la que ofreciera una contundente disculpa pública por la retahíla de insultos proferidos y el anuncio de que se desistiría de construir el muro. No menos que eso. Era su oportunidad de reivindicarse al tener a su lado, frente al escrutinio público, a alguien aún más desprestigiado que él. Pero no hubo el arrojo para hacerlo.
nullAl contrario. Trump no perdió oportunidad para seguir ofendiendo al país. Llegó tarde a su cita con el jefe del Estado mexicano; vino la bizarra conferencia de prensa y con ella el daño irreparable: Peña no dijo lo que debía decir —exigirle una disculpa pública a todos los mexicanos—, lo que dijo lo dijo mal, y le dio a trato de jefe de Estado, cosa que no ha hecho ningún otro país. Unas pocas horas más tarde, en Phoenix, Trump utilizó como trapo lo que quedaba de nuestra ya muy deslucida investidura presidencial para sacarle lustre a su abyecta plataforma antimexicana.
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Toda proporción guadada, la reacción que se hubiera esperado fue la que tuvo el presidente Felipe Calderón, en ocasión de de la visita de un muy sobrado Nicolás Sarkozy a México, quien exigió regresar a Francia de la mano de la secuestradora Florence Cassez, quien se encontraba cumpliendo condena en nuestro país. No solamente el presidente mexicano no cedió ante la presión de su par francés —ojo, no un candidato—, sino que ante la advertencia amenazadora del gobierno galo de pronunciar en cada evento del “año de México en Francia”, un discurso a favor de la liberación de Cassez, el gobierno mexicano decidió cancelar en 2011 dichas celebraciones. Otros tiempos y otra forma de enterder la dignidad del país.
Saldos
Los resultados están a la vista. El desprestigio aún mayor del (des)gobierno, que logró sumar a quien todavía estaba escéptico. Las terribles salidas de entrevistas del presidente y de su canciller que no lograron ni explicar ni convencer sobre los motivos y beneficios de la visita. El cruce en redes sociales entre Peña y Trump por aclarar lo que pasó en el encuentro privado y justificar lo que no ocurrió en el público, y seguir descalificándose mutuamente. La certeza de empezar mal con quien gane las elecciones presidenciales del 8 de noviembre en Estados Unidos: con Trump ya estábamos mal y la visita solo sirvió para ahondar el problema. Y si quedaba alguna duda de que el show presidencial había enemistado al gobierno mexicano con la candidata puntera, su contundente rechazo a la invitación de Peña Nieto lo terminó dejando clarísimo. Pero ahí no termina la cosa: como justamente lo que ha faltado en el gobierno es contundencia en la comunicación, va ganando terreno —y al menos así se lo atribuye y festeja Trump— la posible explicación de que la salida del secretario de Hacienda del gabinete mexicano, es atribuida al Trump-visita-gate.
nullPor lo pronto, las imágenes no dejan lugar a duda: el ánimo del encuentro entre Obama y Peña hace unos días, el 5 de septiembre, en Hangzhou en ocasión de la cumbre del G-20 celebrado en China, es otro, muy distinto, a los recientes encuentros en la Cumbre de Líderes de Norteamerica de Ottawa en junio y de la visita de Peña a Washington en julio.
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Sin duda la bochornosa anécdota (por ahora, ya que puede detonar cosas muy delicadas) de la visita de Trump quedará como uno de los episodios más desafortunados de nuestra historia (particularmente si se le juzga con el fervor nacionalista que nos caracteriza). Peña no solamente quedó mal con los mexicanos que vivimos aquí. Le falló a los mexicanos migrantes que tienen que enfrentar cada día el ánimo antimexicano en Estados Unidos. Además de hacer un nuevo ridículo internacional a los ojos del mundo, dado que ningún jefe de Estado le ha dado a Trump el trato que le dio él.
No hay manual de teoría política en el mundo que pueda explicar la decisión del gobierno mexicano de traer a Trump. Estúpida, así fue, citando a Jesús Silva-Herzog Márquez en Reforma, al referirse a un ensayo de Carlo M. Cipolla que contrasta al malvado (que saca algún beneficio de su acción) del estúpido, que solo logra perjudicar con sus acciones a todos, incluido el autor de la acción.