OPINIÓN: La Unión Europea no está lista para vivir sin Reino Unido
Nota del editor: Tim King es periodista británico residente en Bruselas. Ha cubierto la política europea desde hace más de 20 años. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — En cuestión de un año, Reino Unido habrá salido formalmente de la Unión Europea . Pero ¿quién lo notará? Esa cuestión se ha debatido apasionadamente en Reino Unido, en donde hay quien piensa que el día del brexit (29 de marzo de 2019) será el fin del mundo y otros creen que será un día sin trascendencia.
Los fanáticos del brexit están inconformes con que la primera ministra de Reino Unido, Theresa May, haya negociado un periodo de "implementación" durante el que el país seguirá acatando las reglas de la unión.
Jacob Rees-Mogg, legislador conservador y líder del Grupo para la Reforma Europea, una organización anti-Unión Europea, se ha quejado de que durante este periodo de transición, Reino Unido será un "Estado vasallo", privado de cualquier poder de decisión en los círculos de la Unión Europea, pero obligado a seguir las reglas y a pagar por sus privilegios.
nullSin embargo, en Bruselas se habla menos de los cambios que habrá el día del brexit. Aunque Michel Barnier, jefe de negociadores de la Unión Europea, ha advertido repetidamente a su homólogo británico David Davis que "el tiempo corre", la advertencia bien podría dirigirse a la 27ª cumbre europea.
En tan solo un año, los ministros británicos desaparecerán de las cámaras del Consejo de Europa, en donde se deciden las leyes de la unión; los legisladores británicos desaparecerán de los salones de las comisiones del Parlamento Europeo.
Visto a través del prisma distorsionador del debate del brexit, esto podría interpretarse como un desenlace feliz para los 27 países que quedan en la Unión Europea. Serán libres de encargarse de sus asuntos sin tener que cargar con la crisis existencial de Reino Unido (que en opinión de algunas personas, ha arruinado su pertenencia a la Unión desde 1973).
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No obstante, esta interpretación sucumbe fácilmente al análisis de la campaña por el referéndum del brexit (y también a las negociaciones subsiguientes sobre las condiciones de la salida) y su obsesión con lo que Reino Unido obtiene a cambio de pertenecer a la Unión Europea. Se habla mucho menos, tanto en Bruselas como en Reino Unido, de lo que la Unión Europea obtiene a cambio de la pertenencia de Reino Unido, fuera del muy discutido monto que Reino Unido aporta al presupuesto de la unión.
Lo que la Unión Europea obtiene (y de lo que se verá privada en tan solo un año) es un país influyente en todos los frentes de la política europea. Tal vez no sea la superpotencia que alguna vez fue, pero en comparación con otros Estados de la Unión Europea, sigue estando casi en la punta. Lo más evidente es que es una gran entidad económica que cuenta con un sector de servicios financieros particularmente importante, además de su propia moneda. Su influencia en política exterior es considerable: es una potencia nuclear con un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Menos evidentes, pero no por eso menos importantes para la Unión Europea, son las áreas de especialización de las que emanan tales fortalezas: derecho, auditoría, diplomacia y defensa. Se podría considerar que esas son fortalezas tradicionales de los británicos.
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Otra cosa que resulta esclarecedora para la Unión Europea es que Reino Unido ha sido pionero en sectores regulatorios emergentes, tales como las tecnologías de la información, la energía y el cambio climático. Parte de ello se debe a que es una economía grande y abierta hasta cierto grado: las empresas ofrecen sus servicios en Reino Unido antes que en Bélgica, por poner un ejemplo. Pero, sin importar las razones, Reino Unido ha desarrollado la experiencia y la capacidad de la que carecen otros Estados de la unión.
¿Por qué es importante esta experiencia? Porque lo que surge del aparato regulatorio de la Unión Europea no siempre es una suma aritmética sencilla: no son los pros y los contras acumulados de los 28 Estados miembros en un asunto en particular ni el común denominador más bajo que todos los Estados miembros pueden aceptar. El proceso es más sutil.
Tanto en el Consejo como en el Parlamento (e incluso en la Comisión Europea), el grado de atención con el que se oye a los Estados miembros varía. Tiene que ver con si sabes de lo que estás hablando y si te afectará genuinamente el resultado. Por ello, Reino Unido ha tenido una influencia aparentemente desproporcionada en muchas áreas de la legislación europea.
Sin embargo, esa no es la única razón por la que haya tanta verdad en lo que muchos diplomáticos británicos susurran en Bruselas: "Nos van a extrañar". Extrañarán a Reino Unido también por su apoyo a los Estados del centro y el este de Europa.
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En años recientes, varias crisis han golpeado a la Unión Europea. La contracción del crédito y los fracasos de los bancos amenazaron la pertenencia de Grecia, Chipre y otros países a la zona euro, lo que a su vez llevó a la imposición de programas de austeridad. Las oleadas de migración, provocadas en parte por la guerra en Iraq y Siria, pusieron en duda la zona Schengen de libre tránsito y amenazaron el reinado de la canciller de Alemania, Angela Merkel. Esas crisis pusieron a prueba la cohesión de la Unión Europea y sembraron dudas sobre la lealtad de Europa Occidental para con los 13 países que se incorporaron en 2004 o después.
Las negociaciones del brexit han impuesto una unidad artificial a los 27 Estados que están al otro lado de la mesa de negociación. Sin embargo, persisten las tensiones entre Oriente y Occidente, agravadas por las travesuras antidemocráticas de los gobiernos de Polonia y Hungría.
Las discusiones sobre el siguiente ciclo presupuestal de la Unión Europea volverán a sacar a la luz dichas tensiones. Es más, Emanuel Macron, presidente de Francia, desea fortalecer el poder de la zona euro (que no incluye a Polonia, la República Checa, Hungría, Rumania, Bulgaria ni Croacia). También causa polémica que urja a la Unión Europea a fortalecer las protecciones sociales y que advierta sobre la competencia desleal de la mano de obra barata.
En términos generales, en estos debates, Reino Unido ha sido un contrapeso para Francia y se había alineado con Europa Oriental: una economía liberal que defiende la competencia frente a los grandes costos sociales y la preferencia por un toque regulatorio moderado.
La pregunta apremiante en Bruselas es quién estará preparado para enfrentar a Francia después del brexit. Esa pregunta se quedó en suspenso mientras se forma la coalición del gobierno de Alemania. Aún es pronto para saber cómo será la relación entre Macron y Merkel.
Por otro lado, parece que es poco probable que las elecciones en Italia produzcan un gobierno que revierta la tendencia de Roma a quedarse corta en los círculos de la Unión Europea, mientras que España está distraída con la saga catalana.
Con todo, el tiempo para el brexit se agota. Aunque no lo digan en voz alta, la Unión Europea no está lista para vivir sin Reino Unido.
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