OPINIÓN: Venezuela, en la órbita geopolítica global
Nota del editor: Rina Mussali es analista, internacionalista y conductora de Vértice Internacional en el Canal del Congreso. Síguela en su cuenta de Twitter: @RinaMussali. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
(Expansión) - La crisis política en Venezuela opera simultáneamente en distintos niveles y dimensiones. Despliega un alcance internacional, regional y nacional y no se puede despegar del espacio geopolítico y geoeconómico por los intereses que han destilado las potencias centrales. Desde hace varias décadas -con excepción de Cuba- ningún país latinoamericano había adquirido tanta notoriedad en el teatro de la geopolítica global como lo hace ahora Venezuela, el acorralamiento entre los cálculos estratégicos de la política exterior de Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping.
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La nación andina que amaneció bicéfala con dos presidentes – Juan Guaidó y Nicolás Maduro-, dos congresos – la Asamblea Nacional y la Asamblea Nacional Constituyente- y con una lista de países que se colocaron en bandos contrarios ha desafiado la aritmética convencional del conflicto, un hervidero atenazado por la crisis política, económica, institucional, humanitaria y de sus relaciones con el exterior. No pasemos por alto la Venezuela expulsada del Mercosur, desinvitada de la Cumbre de las Américas en Perú y su salida anunciada de la OEA.
El nuevo pasaje de la crisis política en Venezuela tocó las puertas del Consejo de Seguridad. En la reunión del pasado 26 de enero se evidenció la crispación entre los cinco países ganadores de la Segunda Guerra Mundial y miembros permanentes de la máxima instancia de seguridad internacional.
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Mientras que Estados Unidos apoya abiertamente a Juan Guaidó y desconoció los resultados electorales de las elecciones del 20 de mayo del 2018 y con ello el segundo mandato de Nicolás Maduro, Rusia y China respaldan al gobierno de Nicolás Maduro y rechazan la injerencia de Washington en los asuntos internos de Venezuela.
Fue en esta sesión que se oficializaron los vectores de la divergencia internacional y que nos recuerdan la política de no cooperación que priva en el Consejo de Seguridad, el déficit unificador que imperó en la guerra en Irak, Siria y ahora Venezuela, este último país que ya se ha apuntado en la órbita de las grandes potencias y que envía un mensaje peligroso para América Latina.
El rompecabezas venezolano agrega otro ingrediente de alta tensión a la relación irritante entre Washington y Moscú y contribuye a extender las alarmas de la inseguridad global. Hoy estamos atestiguando horas bajas y momentos muy fríos en la relación bilateral. Los ejemplos abundan: la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, el apoyo del Kremlin a las provincias independentistas de Donetsk y Lugansk en Ucrania, la expulsión de Moscú del G8, el abandono de Estados Unidos del Tratado de Misiles de Corto y Medio Alcance con Rusia (INF) y el incidente naval en el mar de Azov – el evento más reciente- que alimentó la cancelación de la cumbre Trump con Putin en el marco del G20 en Argentina.
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Bajo el comando nacionalista de Vladimir Putin se presume la intervención en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, así como su intención de alimentar la inestabilidad de las democracias liberales y estrechar relaciones con los populismos europeos.
Rusia, quien busca un nuevo acomodo en el escenario internacional y que se apuntó un gol diplomático con la retirada de Estados Unidos de Siria ¿cómo planteará su carta de juego en Venezuela frente a Donald Trump? Precisamente la entrada de Rusia al vecindario latinoamericano viene cocinándose estratégicamente de tiempo atrás, la carta de negociación que Putin ha trabajado con toda astucia y que quizá le permita transar con Washington levantar o degradar las sanciones diplomáticas, económicas y financieras que lo hacen padecer frente a la caída internacional del precio del petróleo y gas.
En este juego de transacciones en las altas esferas del poder, Ucrania y la OTAN pueden aparecer de manera indirecta en el radar venezolano, pues Vladimir Putin quien ha ensanchado su baraja con la crisis política en Caracas puede pedir a cambio que la alianza militar euroatlántica deje de globalizarse y expandirse hacia el este, que aparte el escudo antimisiles en dicha zona y que omita intervenir en el vecindario ucraniano, una esfera de influencia directa de Moscú.
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La situación se complica más porque el duelo geopolítico también llega a América Latina, la región que camina dispar y heterogénea frente al tema venezolano. La OEA, comandada por Luis Almagro, ha fallado en socializar una visión compartida y está pagando los platos rotos de la política de indiferencia que Washington le propinó a un Caribe endeudado, olvidado y golpeado por los efectos adversos del cambio climático, el nodo arropado por la influencia cubana y la diplomacia del oro negro chavista.
Resultó sintomático que en la sesión extraordinaria de la OEA, 16 países de 34 que componen el organismo interamericano hayan apoyado a Juan Guaidó –menos de la mitad-, pues los 18 restantes no le dieron un cheque en blanco a Washington considerando también la agresión histórica que la región ha sufrido por la política intervencionista y de apoyo a golpes de Estado de la Unión Americana (Guatemala, Chile, República Dominicana, entre otros).
Frente a una crisis que parece cada vez menos nacional y su destino depende de los intereses de los centros decisores globales, Venezuela ha obligado a los países de América Latina a definirse y tomar posición, pues esta no subyace encapsulada, sino se ha desbordado con el flujo de desplazamientos humanos que trastoca los criterios de seguridad fronteriza y regional. En este contexto, el nuevo gobierno de AMLO giró la política exterior de México cuando dejó claro que no romperíamos relaciones con Venezuela ni desconoceríamos al gobierno de Nicolás Maduro y que se convocaba al diálogo en conjunto con Uruguay y las Naciones Unidas basado en los principios de política exterior consagrados en el artículo 89 constitucional.
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Aunque la posición de México ha levantado reclamos y polémica, AMLO hace una apuesta de regresar al pasado glorioso de la política exterior en épocas del milagro mexicano y de la firma del Tratado de Tlatelolco, el entramado que posicionó a América Latina como una zona libre de armas nucleares, pero a su vez cuando nuestro país votó en contra de la resolución de la OEA en 1962, para expulsar a Cuba del organismo, el ejercicio que le permitió reafirmar su independencia frente a Washington en momentos de Guerra Fría y que le valió de prestigio regional e internacional. Este último pasaje que subyace en el imaginario colectivo de AMLO busca reeditarse, pese a que el mundo de hoy ha girado radicalmente.
Será por la vía de Venezuela, que México también ingresará al teatro de la geopolítica global, su posición frente al caso le podrá abrir los naipes para negociar frente a la administración estadounidense más antimexicana de la historia reciente. En ese sentido, se inscribe el viaje que AMLO hará a Rusia, que se presume será el primero al extranjero.
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