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OPINIÓN: China observa mientras la democracia occidental se come a sí misma

El país asiático está creando una sociedad sin debate público, en la que los funcionarios no electos usan la inteligencia artificial para controlar todo, opina Nic Robertson.
lun 29 abril 2019 01:30 PM

Nota del editor: Nic Robertson es editor de CNN para asuntos diplomáticos internacionales. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) — A lo largo de los próximos meses, las superpotencias actuales y anteriores se causarán un enorme daño.

La víctima principal podría ser la mismísima democracia; los máximos perdedores, los aproximadamente 4,000 millones de personas que viven su abrazo imperfecto.

Mientras Londres y Washington se convulsionan, China avanza alegremente , devorando culturas de una forma alarmante.

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Esta semana, el futuro dominio mundial de China se dejó ver en todo su esplendor mientras los líderes mundiales se dirigían a Beijing con la esperanza de amarrar proyectos lucrativos como parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda , la política insignia del presidente de China, Xi Jinping, con la que pretende abarcar al mundo en el abrazo económico de China al construir infraestructura a una escala masiva y mejorar a final de cuentas el transporte, los lazos de China y la dependencia del mundo entero.

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La promesa de que el comercio aumentará con la que pronto será la mayor economía del mundo (sin mencionar la posibilidad inmediata de amarrar contratos como los que mencionamos) es demasiado tentadora como para ignorarla.
Xi está haciendo lo que hacen todos los aspirantes a imperios: tejiendo una red de dependencia en el mundo, creando lentamente un dominio en el patio trasero de otras potencias.

Su despliegue ambicioso en Beijing parece estar pensado para explotar las crisis políticas autoinfligidas en Estados Unidos y Reino Unido.

En Estados Unidos, en las próximas semanas arrancará una campaña electoral, en la que el presidente Donald Trump se enfrentará a un montón de contrincantes demócratas, particularmente ahora que el contendiente peso completo, Joe Biden, presentó oficialmente su candidatura .

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Por otro lado, Reino Unido continuará con el destripamiento público de siglos de procesos y precedentes democráticos al ejecutar una dolorosísima separación de la Unión Europea. Lo divertido es que la siguiente fecha límite coincide con Halloween.

Estos dos países pueden revertir el curso y demostrar que los espasmos políticos actuales no son más que un incremento de los dolores de crecimiento de la democracia.

Sin embargo, la fe ciega en el sistema democrático en el que hemos vivido nos impide ver que China, la próxima superpotencia mundial, se fortalece con las desventuras de la democracia.

La lección es que a los caciques del nuevo orden les importarán un pepino tus valores democráticos o los derechos y los deseos de tus nietos.

China está creando una sociedad sin debate público, en la que los funcionarios no electos usan la inteligencia artificial para controlar todo: los ascensos en el trabajo, los viajes, la vivienda y la asistencia social.

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China tiene a su población bajo un yugo que nadie que viva en una democracia podría siquiera contemplar. Sin embargo, parece que nuestra sociedad más tolerante, construida sobre la confianza en nuestros líderes, está centrada en los ataques personales que amenazan con deshacerse del bien más valioso para cualquier democracia: la confianza.

Se dice que una mentira da media vuelta al mundo antes de que la verdad se ponga los zapatos, o algo así. Una crítica personal de Trump tiene el doble de velocidad y poder y suele derribar a sus oponentes antes de que siquiera estén listos para la pelea. Hillary la corrupta, Marquito… son tan solo dos de los epítetos agudos que han enredado instantáneamente a sus oponentes. ¿Quién si no Trump podría insistir firmemente en el argumento de que el senador John McCain no fue un héroe de guerra?

Xi y su aliado autócrata ruso, Vladimir Putin, deben estar felices de ver este ciclo electoral, en el que Trump manifiesta una compasión falsa por el "pobre" Joe Biden, refiriéndose a las acusaciones de que se comportó incorrectamente con algunas mujeres.

La salva con la que Trump abrió este ciclo electoral fue calificar a los demócratas de "socialistas" con la esperanza de que los republicanos se deslinden de las raíces de la democracia y reaccionen a sus difamaciones.

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Trump ha definido a sus oponentes antes de que uno surja de entre la masa de contrincantes demócratas.

El año próximo será feo para muchos de quienes están en el ojo de las tormentas políticas que se avecinan. Sin embargo, su efecto en el alcance mundial de la democracia podría ser mucho más dañino.

El electorado en Reino Unido y en Estados Unidos estará amargado, dividido y probablemente muy abrumado por lo que ha pasado con el discurso social y político en su país; los líderes y el electorado de las democracias en ciernes pondrán en duda su propio criterio.

En Reino Unido, el brexit está llevando a los votantes a los extremos.

El debate es estridente; las opiniones, aferradas; la democracia está debilitada. Hay quienes creen que los políticos no lograron hacer cumplir la voluntad del pueblo; hay quienes están estupefactos de que a tres años del referéndum, nadie represente sus valores ni sus posturas.

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El brexit está llevando al Partido Conservador a la derecha. Los partidarios del brexit duro están ganando la discusión interna en el partido aunque no logren convencer al público en general. Por otro lado, el Partido Laborista opositor se está acercando a un brexit más suave y, posiblemente, a un segundo referéndum.

El líder laborista, Jeremy Corbyn, ha hecho de los empleos el eje de su estrategia para el brexit. Esta podría ser una maniobra sagaz, especialmente entre los electores laboristas mayores de las partes más pobres del país, quienes votaron por separarse de la Unión Europea en 2016. Así, Corbyn vira a la izquierda mientras los conservadores se van a la derecha.

El resultado: la política británica se está yendo a polos extremos, dejando un vacío enorme en el centro, en donde estaban personas como los ex primeros ministros Tony Blair (laborista) y John Major (conservador).

La erosión del término medio y la desconfianza que esto genera no es nada nuevo. Sin embargo, este año podría llevar a un punto de inflexión.

No solo pasa en Estados Unidos y Reino Unido. En Francia, las protestas de los "chalecos amarillos" están poniendo a prueba la habilidad política del presidente Emmanuel Macron.

En Italia, como en muchos otros países europeos, cunde el nacionalismo creciente. Hace poco, en Finlandia, una grieta histórica entre la democracia y la autocracia, se eligió por un margen muy escaso al partido liberal y los nacionalistas quedaron fuera. Sea como sea, le costará formar una coalición con el otro partido de derecha.

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Europa no está pasando por un momento fácil. Los miembros más nuevos de la Unión Europea, como la cada vez más autocrática Hungría, desafían los mejores instintos sociales del bloque. Al parecer buscan una versión diferente de la democracia, una que en realidad podría volverse no democracia.

La Unión Europea siempre ha desafiado aferrarse a una sola idea y se las ha arreglado para sortear una serie de dudas. De hecho, las dudas y el compromiso son lo que define a la democracia: la confianza mutua para encontrar una forma de avanzar aceptable para todos.

Pero en caso de que esos lazos endulzados por el tiempo se desvanezcan, lo que quedará es un mal sabor de boca por las divisiones y debilidad, precisamente lo que quiere la futura superpotencia mundial.

Vale la pena considerar que mientras nos enfrentamos al mayor desafío a la democracia hasta ahora, demostrarlo no es un experimento temporal, sino una decisión de vida —entrañable aunque imperfecta— que más de la mitad del planeta ha tomado.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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