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Cambios en el paradigma de la economía: Estado-Mercado

México necesita aumentar su ahorro interno, tener mayor inversión pública y privada, tener mejor calidad educativa y fomentar una verdadera cultura emprendedora, opina Jorge Sánchez.
vie 09 agosto 2019 10:10 AM

(Expansión) – “Las diferentes visiones que existen en la economía sufren oscilaciones cíclicas que van de izquierda a derecha y de derecha a izquierda", escribió hace una década el profesor Paul Krugman (Peddling Prosperity. Economic Sense and Nonsense in an Age of Diminished Expectations, Norton, 1994). Ya lo había advertido Goethe: "Nuestra carrera suele seguir rumbo zigzagueante", decía el fuego fatuo a Mefistófeles. A lo que éste replicaba: "Por lo visto queréis imitar a los hombres" (G. W. Goethe, Fausto).

En general, las dicotomías Estado-mercado, protección-libre cambio, interés público-interés privado, han constituido una suerte de camino tridimensional, ciertamente en espiral, que ha enmarcado la carrera zigzagueante del pensamiento económico. De hecho, las naciones han sido beneficiarias o víctimas cuando las políticas económicas prácticas de sus gobiernos -y las teorías económicas que las inspiran- han guardado, o no, un sensato equilibrio respecto de las líneas extremas de estas dicotomías.

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Formulado en el siglo XVI, el paradigma mercantilista postuló el papel activo del Estado en el proceso económico. Comprendía también un claro concepto de la inversión pública en obras de infraestructura, no sólo como tarea básica de interés común, sino también para atemperar los efectos de las depresiones comerciales sobre el nivel general de ocupación.

El paradigma clásico, fundado por Adam Smith en la segunda mitad del siglo XVIII, se erigió como escuela dominante del pensamiento económico en ardua lucha contra la teoría y la política económica del mercantilismo. Para el paradigma clásico, los agentes privados actuando en mercados libres y persiguiendo sus fines individuales son guiados por una mano invisible (el sistema de precios), que establece la asignación eficiente de los recursos y el equilibrio natural del sistema económico.

En general, la oferta genera su propia demanda, de manera que una sobreproducción generalizada o una insuficiencia de la demanda agregada están de antemano descartadas.

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El ahorro se convierte íntegramente en inversión, de modo que la dinámica del ahorro asegura la dinámica de la inversión y las variaciones en la oferta monetaria no inciden en el ritmo general de la actividad económica real, sino solamente en el índice general de precios.

Puesto que el mercado garantiza el equilibrio y la eficiencia del sistema económico, cualquier injerencia del Estado en el proceso económico es considerada perniciosa.

En el ámbito internacional, el paradigma clásico postuló el libre comercio como el medio para lograr la asignación eficiente de los recursos nacionales y, en consecuencia, para alcanzar los mayores niveles de ingreso y bienestar.

Al promover la especialización basada en las ventajas comparativas (concepto ricardiano que, como todo el paradigma clásico, supone el pleno empleo de los factores productivos), la acción bienhechora de la mano invisible del mercado adquiere dimensión universal.

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En el paradigma keynesiano, el mecanismo de precios puede no resolver eficazmente los desajustes del sistema económico. En los países desarrollados, el consenso keynesiano otorgaba confianza a las políticas macroeconómicas activas (monetaria y fiscal) para regular el ciclo económico y conseguir un alto nivel de ocupación, al tiempo que el Estado de bienestar, basado en impuestos progresivos, era aceptado como instrumento de cohesión social, ampliando las funciones tradicionalmente asignadas al Estado como proveedor de bienes públicos.

En los años 70, sin embargo, aparecieron fenómenos de estancamiento con inflación y de crisis fiscal del Estado (a los que se sumó la crisis de la deuda en nuestra América Latina) que rebasaron el análisis keynesiano y estructuralista convencionales. El vacío teórico propició el ascenso y la hegemonía de las doctrinas económicas neoliberales y monetaristas. Friedrich Hayek y Milton Friedman tenían la respuesta: era el Estado el causante de todos los males, con su intervencionismo económico.

Ciertamente, se ha generado un consenso que cruza horizontalmente a las nuevas corrientes del pensamiento económico: la necesidad de mantener la estabilidad macroeconómica, pero entendiendo por tal no sólo la estabilidad de las variables financieras una baja tasa de inflación y un balance fiscal estructuralmente cercano al equilibrio ingreso-gasto público.

México ha tenido una combinación de Estado-mercado desde hace ya más de 25 años, a veces más mercado y a veces más Estado, pero es una forma de capitalismo que se ha adoptado con sus pros y contras. Sin embargo, la lección que debe entender el actual gobierno de México es que se deben mantener finanzas públicas sanas; está de sobra comprobado que cuando el gobierno aumenta el gasto corriente y se endeuda la consecuencia es una crisis.

Lo que México necesita es aumentar su ahorro interno, tener mayor inversión pública y privada, tener mejor calidad educativa y fomentar una verdadera cultura emprendedora. Gobiernos de izquierda y de derecha que han sido exitosos en el mundo lo han comprendido, es la oportunidad que tiene este nuevo gobierno para sentar las bases hacia un mejor país.

Nota del editor: Jorge Sánchez Tello es director del Programa de Investigación Aplicada de la Fundación de Estudios Financieros (FUNDEF). Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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