Sin embargo, Trump la pone difícil decir que no. Su presidencia ha perdido el rumbo, y juega con un fuego de racismo, nativismo y una división social que no solo es peligrosa, sino mortal. Su retórica se vuelve cada vez más incendiaria a medida que el tema de elecciones se intensifica. Su retuit sobre el matrimonio Clinton nos lleva a un nuevo territorio “sin precedentes” sobre cuán lejos llegará.
A lo largo de su gestión en el cargo, Trump ha sido su peor enemigo. Cualquier otro presidente en ejercicio con relativa paz en el extranjero, una buena economía y un partido unido estaría en una situación perfecta para ser reelegido. Sin embargo, él cada día muestra a la nación los riesgos innumerables de haberle dado el poder. Hay una razón por la cual sus índices de aprobación han permanecido tradicionalmente bajos y por la que nunca ha podido obtener el apoyo de la mayoría.
Trump no mejorará, solo empeorará. Aquellos que esperan un “punto de inflexión” hacia el orden simplemente no prestan atención. Cuanto más acalorada sea la campaña 2020, él será más agresivo. Cada uno de los elementos de su arsenal discursivo –abrazar el nativismo, exigir investigaciones y difundir teorías de conspiración, ignorar la ley y el orden y las difamaciones– seguirán siendo el centro de atención.
Con cada golpe a los que se le oponen, Trump seguirá dando a los demócratas motivos para emprender medidas drásticas para, como mínimo, seguir adelante sobre porqué este tipo de uso del poder presidencial es inaceptable.
Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton. Es coautor, con Kevin Kruse, del nuevo libro “Fault Lines: A History of the United States Since 1974”. Síguelo en Twitter en @julianzelizer . Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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