La experiencia nos confirma que son muchos los trabajadores que expresan inconformidad hacia sus jefes y aunque las razones pueden ser sumamente diversas, lo cierto es que hace falta poner atención a la necesidad de desarrollar cualidades de liderazgo que se traduzcan en la generación de jefes mejor preparados para enfrentar los retos propios del mundo profesional.
En este orden de ideas, el primer paso consiste en seleccionar a aquellos individuos que cuenten con el perfil idóneo para ocupar posiciones de jefatura o coordinación. Se trata de una gran responsabilidad por parte de los altos directivos o propietarios de la organización, pues de ello dependerá, en gran medida, la productividad, motivación y crecimiento de un equipo de trabajo.
Es importante señalar que, elementos como el conocimiento técnico y la disposición son muy relevantes, aunque no suficientes para desempeñar un rol de liderazgo. En este sentido, las habilidades blandas resultan particularmente trascendentales, puesto que un buen jefe está llamado a ser sensible, comunicativo y adaptable para conducirse con aquello tan valioso que se denomina capacidad de mando.
La sensibilidad es crucial. A final de cuentas, el personal a cargo del líder es un grupo de seres humanos que interactúa y colabora para lograr objetivos comunes. Así, el gran error que se comete con frecuencia es el de pasar por alto la parte humana, que inevitablemente se refleja en las legítimas aspiraciones, emociones emergentes y conflictos interpersonales que se suscitan de modo habitual en el plano profesional.
El auténtico liderazgo atiende la exigencia por conocer las fortalezas y áreas de oportunidad dentro de un equipo de trabajo, tanto en lo individual como en lo colectivo. En consecuencia, el jefe ideal es percibido como cercano por sus colaboradores, porque su autoridad no representa una barrera sino, por el contrario, una razón de compromiso solidario hacia las necesidades de los trabajadores.