(Expansión) – En un sorpresivo editorial de fin de semana, The Financial Times publicó lo siguiente: “Reformas radicales -que reviertan la dirección de las políticas que prevalecieron durante las últimas cuatro décadas- tendrán que ponerse sobre la mesa. Los gobiernos deberán aceptar un rol más activo en la economía. Ellos deben ver los servicios públicos como inversiones, en lugar de riesgos, y encontrar vías para hacer menos inseguros los mercados laborales. La redistribución (de la riqueza) volverá a estar en la agenda; los privilegios de los mayores y de los ricos en duda. Políticas (públicas) hasta hace poco consideradas excéntricas, como el ingreso mínimo básico e impuestos a las fortunas, deberán estar también incorporados”.
Un mundo nuevo
Este mes pasaré, como muchos, mi primer cumpleaños en confinamiento. Me acerco más a las cinco décadas (48 años), por lo que recuerdo cada crisis económica ocurrida en los últimos 40 que señala el influyente diario británico.
Desde aquel extraño mensaje presidencial de José López Portillo, golpeando varias veces el atril para evitar las lágrimas porque se había dado cuenta que nos habían “saqueado”, hasta el supuesto cambio político que viviríamos en el año 2000, cuando la presidencia de la República la ganó otro partido, la historia de mi generación bien podría contarse a partir de los descalabros financieros, en los que entran los últimos tres sexenios.
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Sin embargo, las políticas públicas o privadas casi no se movieron en ese lapso. Siquiera mencionar otra forma de resolver la desigualdad y la pobreza eran signos puntuales de simpatía a ideas estatistas, de izquierda, o peor aún: comunistas.
El fracaso de modelos económicos socialistas a finales de la década de los 80 enterró cualquier argumento diferente acerca de la marcha de las finanzas mundiales o de las reglas de los mercados. El debate ya no era si el gobierno debía regular, sino la medida en que podía participar en el desarrollo de la economía.
Es precisamente una serie de políticas económicas distintas, orientadas a poner dinero en los bolsillos de la gente en situación más vulnerable y crear empleos con base en obras de infraestructura (googlear Franklin D. Roosevelt, por favor) el motivo de reclamos al gobierno actual por parte de quienes parecen suscriptores permanentes de The Financial Times.
La realidad es que un virus tuvo que venir para derrumbar esos principios y colocar a la humanidad en una etapa de profunda revisión del modelo económico que ha seguido en medio siglo.
El impacto no es menor, y en cuanto podamos regresar a las calles, a los centros de trabajo, a los restaurantes y a las playas, estaremos ante un mundo nuevo, distinto al que habitábamos antes de febrero de 2020.
OPINIÓN: Nada será igual que antes
Hoy, los defensores del capitalismo moderno solicitan la presencia de gobiernos a los que se dedicaron a minimizar en aras de que la economía fuera libre y los mercados pusieran en su sitio cualquier discrepancia, ya fuera salarial o de cualquier otro tipo.
Pero una pandemia es distinta, lo mismo que un conflicto armado a gran escala. Si la mano invisible del mercado causa estragos de tiempo en tiempo, un virus altamente contagioso que provoca una enfermedad letal, para la que no tenemos cura inmediata, puede lograr que la mitad de la población del planeta se encuentre en estos momentos en cuarentena, sin importar sus ingresos, posición social, profesión o nivel académico.
Mientras duró, la noción del capitalismo con poco gobierno, en donde todos los servicios tienen un precio y solo tiene acceso quien puede pagarlos, era la columna vertebral de la prosperidad a futuro; no importaba si era un fondo de inversión o el último unicornio tecnológico para recibir comida a través de un dron.
Solo un detalle: ese sistema funciona siempre y cuando haya personas que cuenten con el dinero para gastar en él, es decir, con posibilidades de consumo. Si la riqueza se concentra, ese gasto se contrae tarde o temprano.
Aún en esas condiciones, los rendimientos, los descuentos fiscales a una minoría y el empuje de la llamada nueva economía a partir de puestos de trabajo inestables, alcanzaron para registrar etapas de históricas ganancias en el planeta, especialmente en los países de mayor industrialización.
OPINIÓN: Nada será igual que antes (segunda y última parte)
Pero nada es para siempre. Este virus vino a sacudir las bases de un sistema económico y político que ya no da para más, porque desmanteló el Estado de Bienestar hasta en su concepto básico, ese mismo que permitió los grandes saltos económicos, la innovación, el ascenso social gracias a la educación, el emprendimiento y la investigación científica.
¿Quiénes nos atreveremos a construir un sistema nuevo, justo, solidario, equitativo, cuando la pandemia acabe? ¿Voluntarios?
Nota del editor: Francisco Hoyos Aguilera es Especialista en comunicación. Graduado del Tec de Monterrey con una maestría en la Universidad Iberoamericana. Fue reportero en el diario Excélsior y en la corresponsalía de The New York Times en México. Lleva dos décadas en la comunicación pública y privada. Las opiniones expresadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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