Este escenario es uno de las más comunes en la actualidad, incluso me atrevería a decir que todos conocemos a alguien que ha recibido algún correo electrónico fraudulento (phishing) o que ha caído en la trampa, y con las personas trabajando desde casa a causa del COVID-19, los riesgos se incrementan.
A lo largo de mis 13 años trabajando en temas de seguridad he podido atestiguar cómo las técnicas y ejecuciones de los ataques digitales han evolucionado, provocando que el número de víctimas siga aumentando en todo el mundo.
Este crecimiento se debe a que los ciberdelincuentes no hacen distinciones al momento de lanzar un ataque, los dirigen tanto a usuarios individuales como a grandes empresas y en estas últimas, las implicaciones que puede haber tras un ataque cibernético pueden estar involucrando pérdidas de millones de dólares y por tanto un impacto a la imagen de las mismas.
Una vez que los ciberdelincuentes logran infiltrarse en el sistema de una empresa es cuando pueden enviar correos maliciosos, sembrar malwares o bots, cuyo funcionamiento se podría comparar con el de una bomba debido a que se pueden programar para su posterior activación controlando los activos de la organización y teniendo como rehén toda su información.